Dos “marianas” cubanas, que ofrendaron sus vidas para cambiar el orden imperante en el país y cumplir los sueños del Apóstol
Luego del combate de La Plata, el 17 de enero de 1957, el mundo conoció la existencia de un pequeño núcleo guerrillero en la Sierra Maestra y su decisión de luchar contra la dictadura batistiana.
El combate de El Uvero, que tuvo lugar el 28 de mayo de 1957, constituyó la primera acción de importancia del Ejército Rebelde y "marcó la mayoría de edad de la guerrilla", a juicio de Ernesto Che Guevara. A partir de entonces, el enemigo renunció a los pequeños cuarteles y unidades aisladas, permitiendo a los rebeldes disfrutar de una creciente "zona liberada".
La incorporación de dos humildes mujeres campesinas, que se convirtieron en mensajeras del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, sentó pautas en la historia de la Revolución Cubana, al cumplir con valor y audacia misiones encomendadas por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.
Su quehacer en la lucha revolucionaria las acredita como heroínas de esta Isla. Ellas, Lidia Esther Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, nos legaron su impronta revolucionaria y su dedicación a la Patria.
Lidia, conocida por La nena, había nacido el 27 de agosto de 1916 en Velasco de Gibara, Holguín. En el modesto hogar de sus tíos, quienes la acogieron con amor en ausencia de los padres, pasó su niñez y cursó hasta el quinto grado. Bonita, hábil en labores finas y de oficio costurera, experta en bordado y tejidos. Optimista y con un carisma que contagiaba a los demás. Contrajo matrimonio tempranamente y tuvo un hijo, Efraín.
Al producirse el desembarco del Yate Granma en diciembre de 1956, ya es una mujer madura de 40 años, su sentido patriótico rebasó los límites del hogar y la familia, a quien amaba mucho, y decide incorporarse al Ejército Rebelde, al igual que su hijo, y lo logra en San Pablo de Yao, al encontrarse con las fuerzas del Che Guevara, quien recordó:
“Conocí a Lidia apenas a unos seis meses de iniciada la gesta revolucionaria, el Che. Estaba recién estrenado como comandante de la cuarta columna y bajábamos, en una incursión relámpago, a buscar víveres al pueblecito de San Pablo de Yao, cerca de Bayamo en las estribaciones de la Sierra Maestra. Desde el primer momento ella, cuyo único hijo había pertenecido a nuestra columna, se unió entusiastamente y con una devoción ejemplar a los trabajos de La Revolución”.
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Su compañera Clodomira podía ser su hija, había visto la luz en Cayal, Manzanillo, el 1 de febrero de 1936, no pudo acceder a la primera enseñanza, debido a su origen muy humilde, campesina analfabeta, pero con una inteligencia, valor y perspicacia naturales, fue miembro del Movimiento 26 de Julio clandestino y se incorporó con 20 años de edad en la Columna No.1 del Primer Frente, del Ejército Rebelde.
Lidia poseía un invaluable aval de mensajera eficaz y confiable del comandante Ernesto Che Guevara, jefe de una de las más notorias columnas guerrilleras participantes en la ofensiva final. A sus órdenes había cumplido delicadas y riesgosas misiones entre el llano y las montañas, llevó y trajo de la Sierra Maestra los más importantes mensajes, condujo ejemplares del periódico guerrillero El Cubano Libre, medicinas y todo cuanto se le ordenó transportar, logrando darle un feliz término a sus encomiendas.
Clodomira, mestiza, de tez pálida, bajita, muy delgada y de apariencia tímida, desde los 20 años era una intrépida mensajera del Jefe de la Revolución, Fidel, al mando de la Columna No. 1 José Martí, con cuartel general en La Plata, Sierra Maestra. Su habilidad y destreza, moviéndose por los intrincados vericuetos de la serranía y ciudades del llano, llevando mensajes decisivos, no tenían rivales. Por eso llevó a cabo misiones complejas, como la que cumplió en el Frente del Escambray, por encargo exclusivo de Fidel. Era una auténtica “viyaya”, como la identificaban los campesinos, por ser muy rápida y lista.
Ambas combatientes protagonizaron numerosas hazañas en la guerra, antes de coincidir en una delicada misión que las llevaría hasta La Habana. Transcurrían los últimos meses de la dictadura de Fulgencio Batista y los cuerpos represivos de la capital emulaban entre ellos en la cantidad de asesinatos contra los jóvenes miembros o no del Movimiento 26 de Julio.
En el municipio capitalino de Regla se festejaba al compás de la celebración patronal. Pero la cosa no estaba para parrandas. El 5 de septiembre, los revolucionarios raptaron la imagen de la santa patrona Virgen de Regla. Ello, unido al ajusticiamiento de Manolito “el Relojero”, chivato número uno de Esteban Ventura Novo, desató de inmediato una persecución desesperada y cruel.
Lidia había llegado a finales de agosto de 1958, y el 9 de septiembre arribó Clodomira a La Habana, las dos para cumplir misiones de enlace entre la sierra y el llano durante dos semanas. La primera se alojó en Guanabacoa y la otra en Juanelo, San Miguel del Padrón.
En la madrugada del 12 de septiembre de 1958, otro vil delator conduce a los esbirros al apartamento 11, del edificio número 271, de la calle Rita, Reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón. Fuerzas dirigidas por Esteban Ventura y Conrado Carratalá golpearon brutalmente y luego acribillaron a balazos a Alberto Álvarez, de 21 años de edad; Leonardo Valdés, de 23; Onelio Dampiel, de 22 y Reynaldo Cruz, de 20 años.
Sin disiparse el humo de los disparos y con los cadáveres de los revolucionarios aún tendidos en el ensangrentado piso del apartamento, Lidia y Clodomira se abalanzaron sobre los asesinos, que comenzaron a golpear a ambas mujeres para que hablaran, las arrastraron fuera del edificio, las introdujeron en los autos policiales y fueron llevadas a la 11na. Estación de Policía, dejando tras de sí el más triste amanecer que recuerda aquel barrio.
Los últimos momentos de Lidia y Clodomira se conocieron en detalles después del triunfo de 1959, por testimonios de sus propios torturadores. En el juicio que se le siguió al cabo Caro, y en su declaración antes de ser ejecutado, dio detalles sobre la muerte de Lidia y Clodomira: “(...) del reparto Juanelo fueron conducidas a la 11na. Estación (...) el día 13 (Esteban) Ventura las mandó a buscar conmigo y las trasladé a la 9na. Estación, al bajarlas al sótano que hay allí, Ariel Lima las empujó y Lydia cayó de bruces, casi no podía levantarse, y entonces él le dio un palo por la cabeza saltándoseles casi los ojos al darse contra el contén (...) La más vieja, Lidia, ya no hablaba, solo se quejaba. Estaba muy mal, toda desmadejada”.
“El 14 por la noche Julio Laurent (Servicio de Inteligencia Naval) llamó a Ventura y le preguntó si ya habían hablado y este le dijo: Los animales estos le han pegado tanto para que hablaran que la mayor está sin conocimiento y la más joven tiene la boca hinchada y rota por los golpes, solo se le entienden malas palabras. Laurent solicitó se las enviara y Ventura se las mandó conmigo prestadas pues eran sus prisioneras, fuimos en el carro de leche”.
Después de fracasar Laurent en sus torturas sin lograr sacarles una palabra, en la madrugada del 15, ya moribundas las metieron en una lancha, en La Puntilla, al fondo del Castillo de la Chorrera, y en sacos llenos de piedras las hundían en el agua y las sacaban, hasta que al no obtener tampoco resultado alguno, las dejaron caer en el mar donde desaparecieron sus cadáveres el 17 de septiembre de 1958.
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Murieron fieles a la causa, sin claudicar, sin delación, sin rendirse, tras días de sádicos tormentos. El Comandante en Jefe Fidel Castro, reveló su estirpe y valía en las siguientes palabras: “Mujeres heroicas. Clodomira era una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, junto con Lidia torturada y asesinada pero sin que revelaran un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo”.
El Comandante Ernesto Guevara, en respeto y tributo a ambas guerrilleras de la sierra y el llano, expresó:
“Sus cuerpos han desaparecido, están durmiendo su último sueño, Lidia y Clodomira, sin dudas, juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad (...) Dentro del Ejército Rebelde, entre los que pelearon y se sacrificaron en aquellos días angustiosos, vivirá eternamente la memoria de las mujeres que hacían posible con su riesgo cotidiano las comunicaciones por toda la isla, y entre todas ellas, para nosotros, para los que estuvimos en el frente número uno, y personalmente para mí, Lidia ocupa un lugar de preferencia”.
A 65 años de su asesinato, más allá de la admiración de la que son dignas estas “marianas” cubanas, que ofrendaron sus vidas para cambiar el orden imperante en el país y cumplir los sueños del Apóstol; recordamos con dolor, que tan solo tres meses después del crimen, Fulgencio Batista huyó, triunfó la Revolución y el Ejército Rebelde del que fueron gloriosas combatientes, entró victorioso en La Habana que las vio por última vez.