Ernesto Che Guevara: con tus ojos nuestros

Tus ojos, mucho más abiertos que los agujeros de bala por donde se empeña en penetrar vida para bochorno de la supuesta muerte; tus labios entreabiertos, acaso obsequiando una sonrisa a prueba del tiempo y de sicarios in situ, así como la más absoluta expresión de sosiego y de meditación en tu rostro, lo dicen todo, Che, sobre la camilla donde han situado tu cuerpo, encima de un fregadero.

Tal vez no es lo que piensan hallar lentes como el de Marc Hutten, testigos gráficos de lo que horas antes devino frío asesinato. Pero así tienen que captarte, por la sencilla y trascendente razón de lo que le confesará, años después, uno de tus hombres: el General Harry Villegas, Pombo: “(…) hablar de la muerte como tal, jamás la mencionó. El Che murió como vivió: lleno de optimismo”.

Por eso me niego a decir “qué falta nos haces, Che”, sobre todo en instantes de fatigosa marcha, porque sería como aceptar la ausencia, la muerte en vida. Y no. De verdad que no.

Quizás el asunto va mucho más allá de aquel seremos como tú, aprendido desde la infancia, aunque no siempre encarnado en la adultez.

Si todo el que tiene una responsabilidad actuara conforme a la esencia guevariana de lo postulado en el Código de Ética firmado por cuadros de toda Cuba, los procesos productivos, económicos, de servicios, sociales y hasta familiares fluyeran mucho mejor, incluso, en situaciones como la que hoy enfrenta el país.

No. El Che nunca cerró los ojos. Creo que ni dormido. Eso le permitió atisbar tan temprano algo que compartió con la pupila de Fidel: la tendencia de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del campo socialista hacia el capitalismo y la necesidad de no repetir aquí recetas de aquel modelo, para evitar errores. ¡Vaya “herejía” para su tiempo!

Por ello, el Che no se inclinó por el sistema de cálculo económico aplicado en la URSS y defendió a capa y centavo el sistema presupuestario de financiamiento, la planificación centralizada, el control estricto, el rol de la computación, el uso del presupuesto como instrumento de una planificación más democrática, con participación popular sin tecnócratas ni burocracias.

Su “al pan, pan y al vino, vino” no solo llenó de verdades los tímpanos de la Organización de Naciones Unidas y de cuanto podio permitiera no cederle al enemigo “ni un tantito así”. También nos llama al enjuiciamiento de la realidad interna y al ejercicio de la misma crítica que hoy debemos practicar más.

Paradigma de ejemplo enteramente personal por delante, se me antoja por estos días insistiendo en la formación de un hombre nuevo vital para que haya comunismo, y organizando trabajo voluntario (contra el Aedes, a favor de la siembra de caña, de cultivos varios, por la recuperación de materias primas…) más como fenómeno generador de conciencia, que por su saldo económico.

Nada busquen los dirigentes y administradores lejos de lo medular para él: costos de producción, productividad del trabajo, ni en el entorno de pérdidas que hoy hasta se planifican, aun pudiendo ser abono para el robo y la corrupción, al igual que los faltantes.

Imposible no suponerlo, ahora, puliendo variantes como el trabajo por cuenta propia, con el mismo respeto que le dispensó, en concepto y suministros, a la pequeña y mediana industria, a pesar de la “fobia” que le tenía a las relaciones monetario-mercantiles y a la llamada ley del valor, en particular cuando no se le encincha entre corchetes de planificación y anda a libre albedrío.

Por razones como estas, Fidel nunca dudó de que “(…) si conociéramos el pensamiento económico del Che, estaríamos cien veces más alertas (… ) y si se ignora, difícilmente se pueda llegar muy lejos, difícilmente se pueda llegar al socialismo verdadero”.