Durante la noche del 13 de abril de 1961, hace 61 años, las llamas consumieron la tienda por departamentos El Encanto, una de las más importantes del país, lo cual constituyó la única acción terrorista de envergadura que pudo realizar el enemigo en La Habana, prevista en la Operación Pluto, para la invasión mercenaria de Playa Girón el día 17.
Semanas antes, el presidente John F. Kennedy dio luz verde a las operaciones encubiertas durante los días previos y durante la agresión, que incluía sabotajes, acciones de las bandas de alzados en el campo y de organizaciones contrarrevolucionarias en las ciudades, asesinatos de revolucionarios, y sabotajes a tiendas y comercios.
Para esas misiones nada se dejó a la improvisación y los especialistas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) prepararon petacas con explosivos sintéticos que tenían las exactas magnitudes para ser ocultadas en las cajetillas de cigarros Edén, de gran popularidad en ese entonces, lo que facilitaba ser dejadas en lugares ocultos para que iniciaran los fuegos.
En correspondencia con esos planes, en los meses que antecedieron a la invasión fueron enviadas a Cuba por vía aérea y marítima unas 75 toneladas de explosivos y 46,5 toneladas de armas y otros medios, destinados a grupos terroristas urbanos y bandas de alzados en zonas montañosas.
Los jefes de bandas de alzados en la zona del Escambray se adjudicaban presuntos grados, cargos y hasta diseños de uniformes para entrar como vencedores en las localidades de Trinidad y Santa Clara, además de elaborar listas de revolucionarios para masacrar, estimulados por las comunicaciones de la CIA sobre una inminente caída del Gobierno Revolucionario.
Fue tanta la profusión de medios entre los contrarrevolucionarios que cuenta en uno de sus textos el General retirado Fabián Escalante Font, que al consumir perros calientes, junto a otros oficiales, en un carrito cerca del hotel Nacional, fue identificado el propietario como excasquito de la dictadura por uno de sus compañeros, quien se hizo pasar como conspirador, lo cual fue suficiente para que el individuo le mostrara varias de esas petacas incendiarias y resultó detenido.
Según confesó en entrevista Antonio Veciana, uno de los líderes del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), su organización reclutó para el sabotaje de El Encanto a un empleado que colocó los artefactos en varios pisos y los activó a las 6:00 pm, después de cerrar el establecimiento, bajo la condición de que le garantizaran la huida del país por la vía marítima.
Esa misma noche, mientras el terrorista se encontraba esperando en la costa de Playa Baracoa, una patrulla de milicianos lo detuvo y no tardó en confesar su delito y delatar a sus cómplices.
Como respuesta a ese acto terrorista, fue organizado un movimiento junto con las organizaciones de masas y los sindicatos de trabajadores del comercio, que masivamente cambiaron sus ropas por el uniforme miliciano e hicieron infranqueables sus centros de trabajo a las acciones enemigas.
De acuerdo con toda la información obtenida por los implicados, se constituyeron sistemas de vigilancia en las partes más sensibles de las tiendas y comercios, que impidieron tuvieran éxito nuevos intentos terroristas, e inclusive fueron detenidos in fraganti contrarrevolucionarios en esos intentos.
No obstante, fue tarde para impedir el siniestro de El Encanto y el sacrificio de la compañera Fe del Valle, empleada y miliciana, quien murió al entrar valientemente en la tienda en llamas para salvar el dinero de una colecta que se realizaba para los círculos infantiles.
Su gesto no fue en vano, e inspiró un rechazo nacional y conllevó mucho a la unidad del pueblo en aquellos heroicos días de la victoria de la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos.