¿Cómo se enteró Fidel de la fuga del tirano?

Testimonio del primer teniente Enrique Olivera, testigo presencial del histórico acontecimiento

Donde son más altas las montañas en Cuba nació Enrique Agapito Olivera: en el indómito Oriente. Y bajó al llano donde la hermosura de la campiña exhalaba al paso del hombre honesto y generoso.

¿Qué avileño no sabe de su proverbial modestia y voluntad de servicio en favor de los demás; de su altruismo, que, como sol moral, le iluminó de pies a cabeza? Ennoblecía con su magno actuar cotidiano lo más pueril del amor y lo más dulce: el darse y quitarse.

Hasta él tenía piedad del caballo que le acompañaba en sus largos recorridos desde el amanecer hasta que caía la tarde, bañado de pueblo y sudor para que la tierra pariera frutos para todos; nos enseñó que el hombre es algo más que un ser torpemente vivo: es entender una misión, comprenderla, cumplirla. Fue obrero y soldado.

En marzo de 1958, mientras cumplía una delicada y riesgosa misión encomendada por el Partido Socialista Popular, conoció a Fidel en la Sierra Maestra. A partir de ese momento, se integró al Ejército Rebelde, formando parte de la Columna Número 1 José Martí, donde desempeñó diversas responsabilidades, entre ellas, Oficial Investigador de la Auditoría del Ejército Rebelde y jefe del Cuerpo de Inspectores de la Sección Café.

Es Olivera uno de los principales organizadores de la primera reunión que el Comandante en Jefe sostiene con los campesinos cafetaleros en la Sierra Maestra, en Vegas de Jibacoa. Después se incorporó de lleno a la lucha armada como soldado de fila y estuvo presente en batallas y acciones de guerra como las escenificadas en Bueycito, Baire, Guisa (donde obtiene los grados de primer teniente), Jiguaní, Contramaestre y la toma de Santiago de Cuba.

TESTIMONIO EXCEPCIONAL

En 1985, el Teniente Olivera, como sencillamente le llamaba el pueblo, con su habitual modestia y hablar pausado, respondió a todas las preguntas formuladas; calificó de excepcional para su historial revolucionario haber sido testigo de cómo Fidel se enteró de la caída de Batista y de la enérgica respuesta del Jefe de la Revolución ante las maniobras urdidas después de la fuga del sátrapa.

“El 31 de diciembre de 1958 sorprendió a la Comandancia General del Ejército Rebelde acampada en el batey del central América. Allí me encontraba como jefe de trincheras. Fidel, Celia, los comandantes Calixto García, Paco Cabrera y otros miembros del Estado Mayor, estuvieron hasta tarde en Palma Soriano, rendido cinco días antes a las tropas rebeldes”.

En horas de la madrugada —mientras todo era nervioso trajín en el Campamento de Columbia—, una apacible calma comenzó a reinar en el batey del central. Quiso la historia que de nuevo un ingenio azucarero fuese escenario de un gran acontecimiento patrio.

Esta vez el nombre de la instalación fabril devenía símbolo; desde la indómita región estaba a punto de anunciarse un nuevo amanecer para Cuba y las tierras que del Bravo a la Patagonia el Apóstol calificara como Nuestra América.

“El día primero de año me desperté muy temprano. Sobre las 6:00 de la mañana me encontraba tomando café en el portal de la casa cuando llegó José Pardo Llada —periodista, político y locutor cubano, que en 1961 desertó de su puesto en las filas de la Revolución y se radicó en Colombia—.

“Entre sorbos del aromático líquido, nos pusimos a comentar los incidentes de la rendición de Maffo, cuya guarnición resistió durante 20 días el fuego de nuestras tropas rebeldes. Después se fueron sumando otros compañeros. Serían las 7:30 cuando vimos a Fidel. Se nos acercó. En aquellos momentos él no sabía nada de los sucesos de Columbia. Estaba indignado porque algunos rebeldes habían desperdiciado parque de guerra, celebrando con tiros la llegada del año nuevo.

“—¿No oyeron la balacera de anoche? —Y agregó, enfático—: Voy a celebrarle consejo a todos los que se pusieron a derrochar las balas que tanto trabajo nos cuesta conseguir. Les voy a rebajar a cincuenta tiros cada uno. Figúrense, hubo quien disparó hasta cinco cargas—. Moviéndose de un lado a otro, como es característico en él, expresó—: Una celebración más y me quedo sin parque.

“Entonces alguien vaticinó que este sería el año de la victoria. Sonrió Fidel y dijo, en tono profético: De lo que sí estoy seguro es que este año será el de las preocupaciones. A mayores victorias, mayores responsabilidades”.

En el curtido rostro del viejo luchador aparece una leve sonrisa. Hace una breve pausa y vuelve a la carga.

“En medio de la charla, alguien le comentó a Fidel que había soñado que Batista se había caído. El Comandante no contestó. Todos callamos. De pronto Fidel se volvió hacia Manolo Penabaz, Auditor de Las Vegas, quien acababa de llegar y le preguntó: “¿Hay alguna noticia?

“—Bueno, Comandante, desde ayer muchas bolas. Que si se fue la familia de Batista, que si hay reuniones en Columbia. Pero todo luce rumor.

Olivera rememora que el Jefe de la Revolución se veía más preocupado que de costumbre. Con su carabina M-2 al hombro y la gorra echada hacia delante, retornó a su inquieto ir y venir por frente a la casa de vivienda del central. La llegada de Celia con unas cartas, hizo que el grupo se dispersara.

“No recuerdo exactamente, pero debían ser las ocho menos cuarto, tal vez las ocho de la mañana, cuando escuchamos en una casa contigua un flash que daba Radio Progreso, donde se decía: ‘Dentro de unos minutos ofreceremos amplia información al pueblo de Cuba sobre la caótica situación cubana. En estos momentos se celebra en el Campamento de Columbia una importante reunión a la que han sido convocados los periodistas’.

“Al escuchar aquello, fuimos inmediatamente a dar la noticia a Fidel, que se disponía a desayunar. Junto a él se encontraban Celia Sánchez y los comandantes Aldo Santamaría Cuadrado y Calixto García; había alguien más, que en estos momentos no recuerdo.

“—¿Por dónde oyeron la noticia? —indagó Fidel.

“—En una planta de La Habana, Radio Progreso —le respondimos. Todos quedamos en silencio, en espera de la decisión del Comandante.

“En un gesto muy común en él, se retorcía los pelos de la barba y hacía esfuerzos por controlarse. En aquel momento ya se concentraban 12 o 13 personas en la casa. Al fin, como desahogo, dijo en voz alta: ‘Ahora mismo me voy para Santiago. Hay que tomar Santiago, ahora mismo’.

“Entonces comenzó a reclamar la presencia de diversos oficiales y ordenó que, inmediatamente, se presentaran en la Comandancia los capitanes de Santiago de Cuba. Al poco rato, el dueño de la casa volvió con nuevas noticias, expresando que una estación americana acababa de informar que Batista y su familia salieron de Cuba.

“Fidel repetía: ‘¡Hay que asaltar Santiago sin más demora! Si son tan ingenuos que creen que con un golpe de Estado van a paralizar la Revolución, vamos a demostrarles que están equivocados’.

“La gente entraba y salía, ofrecían nuevos partes en los que se decía: ‘Cantillo asumió la Jefatura del Ejército’, El Presidente es Piedra, magistrado del Supremo’, Batista huyó a Santo Domingo’, Ledón, el de Tránsito, es el jefe de la Policía’.

“En medio de aquel barullo, Fidel se apoyó en un armario y, sacando una pequeña libreta de notas, comenzó a escribir su respuesta al golpe de Estado. Diez minutos más tarde nos leía sus instrucciones a todos los comandantes del Ejército Rebelde y al pueblo, trascendental documento, que lo redactó en un estado de verdadera exaltación.

“El mismo tono que le escuchó horas después el pueblo de Cuba, cuando todas las plantas retransmitían la grabación de Radio Rebelde, fue el que escuché junto a mis compañeros en el batey del América aquel histórico día”.

A las 9:00 de la mañana una pequeña caravana se dirigía hacia la planta móvil de Radio Rebelde, situada en Palma Soriano. A la cabeza, el Comandante en Jefe. Una hora más tarde, el pueblo de Cuba, luego de la emotiva identificación de la emisora revolucionaria “¡Aquí, Radio Rebelde!”, conocía de la enérgica reacción de Fidel ante el golpe contrarrevolucionario.

Una vez más, su visión de futuro ante las situaciones difíciles salvaba a la Revolución en su minuto más culminante. Así se inició el primero de enero de 1959.

De aquel trascendental momento fue testigo el inolvidable Teniente Olivera, un revolucionario a toda prueba. El día de su fallecimiento, en Ciego de Ávila alguien escribió que hasta las nubes se hicieron cómplices de la tristeza; sin embargo, más de medio siglo atrás, el honesto mulato oriental tuvo el privilegio de estar dentro de los hombres que anunciaron al Jefe de la Revolución la fuga del tirano, cuando el sol salía por las faldas del Turquino, anunciando la libertad de la patria.

• Consulte aquí la cronología de visitas del líder histórico de la Revolución a Ciego de Ávila