A Joaquín Antonio Leiva León jamás se le olvidará la masacre de Cassinga, un pueblecito minero de Angola, el 4 de mayo de 1978
Rudy Antonio Leiva Massip Sus primeras palabras sobre el tema lo confirman: “Ese lamentable hecho demostró hasta dónde es capaz de llegar el racismo de quienes no respetan la vida de los humanos”.
Nadie se lo contó, él era parte de las fuerzas cubanas que apoyaban en la liberación de los angolanos y acudieron en auxilio de los sobrevivientes, pues se encontraban en Tchamutete, muy cerca de Cassinga donde estaba ubicado el grupo táctico de Cuba número Dos.
A sus 73 años, el Panga, como lo conocen en su natal poblado de Orlando González, municipio de Majagua, en Ciego de Ávila, posee una lucidez admirable y rememora detalles a cuatro décadas y media del acontecimiento.
“Ese día, exactamente a las siete y media de la mañana, varios compañeros leíamos en un periódico la noticia del recorrido que había dado el Comandante en Jefe Fidel Castro por Ciego de Ávila y Morón, cuando dan la orden de combate porque estaban atacando al campamento de namibios”.
Los que estaban en ese sitio angolano eran combatientes heridos, niños y mujeres refugiados de la ocupación ilegal de su pueblo, en el cual los racistas aplicaban la denigrante política de Apartheid, quemaban las casas, los sembrados, no dejaban nada en pie, dice el Panga y en su rostro se ve pesar.
No se me han olvidado las explosiones de las bombas que dejaron caer los aviones Hércules C-130 sobre ese sitio, a unos 15-16 kilómetros de nosotros, como tampoco los más de mil paracaidistas que saltaron para rematar a los sobrevivientes de aquella matanza, comenta este avileño, hoy presidente de la Cooperativa de Crédito y Servicios Raúl Barbosa.
Aviones de transporte Transall C-160, helicópteros Pumas Super Frelon, bombarderos Canberra, habilitados con bombas antipersonales; aviones Mirage III con explosivos de alta fragmentación y la descarga de proyectiles de varios calibres, no tuvieron compasión con nadie, pues a nosotros nos atacaron también, relata Joaquín.
En ese desigual combate, que duró todo el día, perdieron la vida varios compañeros y otros resultaron heridos, mas, el hostigamiento con ataques aéreos y emboscadas, no impidieron que se llegara para dar auxilio a los que quedaban con vida, rememora.
Si no intervenimos, los sudafricanos acaban con todas esas personas inocentes que no tenían armas para defenderse o se las hubieran llevado presas, alega el Panga, y un suspiro profundo provoca una pausa en la conversación.
“A los 20 meses de estar en Angola vine a Cuba por unas vacaciones, y cuando regresé un compañero me dice: Leiva, vamos a ver a los sobrevivientes namibios, se acuerdan de ti y quieren saludarte”.
Esa ha sido una de las agradables sorpresas de mi vida, pues al encontrarnos, lloramos, era evidente que habían reconocido a aquel cubano que regularmente los iba a ver al campamento a llevarle comida y también a cantarles con un vieja guitarra, expresa el Panga, quien durante su servicio militar en la base área de Villa Clara, en el grupo antiaéreo, alcanzó los grados de sargento mayor.
“Conservo en la casa un lapicero que ellos me regalaron con mucho cariño. Allí, en Cassinga, se mezcló sangre cubana y namibia luchando contra los racistas sudafricanos”.
No fue en vano, pues muchos de los niños que se salvaron estudiaron luego en Cuba, que siempre ha dado sus manos solidarias a quienes las necesitan, entre ellas estuvieron las de Joaquín Antonio Leiva León.