¿Estuvo aquí el eminente científico cubano? En este artículo develamos la respuesta
La Conquista de la Fiebre Amarilla, de “La Historia de la Medicina”. Ilustración: Robert ThomEl 3 de diciembre se celebra el Día de la Medicina Latinoamericana en homenaje al natalicio del más eminente y universalmente reconocido científico cubano, el camagüeyano Carlos Juan Finlay y Barrés, descubridor de la trasmisión de la fiebre amarilla por medio del mosquito hembra Culex, conocido hoy por Aedes Aegypti, entre otros aportes a la medicina.
¿Estuvo el insigne investigador en Ciego de Ávila?
A lo largo del siglo XIX el territorio avileño fue invadido por epidemias que diezmaron a la población. Los chinos que fueron traídos a talar los montes para construir la Trocha Militar de Júcaro a Morón calificaban a nuestra región como “malsana” y “viciada” y cientos de ellos murieron a consecuencias de las enfermedades tropicales.
Por su parte, miles de soldados colonialistas ingresaban a diario en los hospitales y enfermerías construidos en Morón, Ciego de Ávila y Júcaro. Un barco partía semanalmente de Santiago de Cuba y hacía escala en el puerto avileño para recoger los enfermos graves que eran trasladados a La Habana o a la península.
Un oficial del ejército español ordenó que en torno a la aldea de Ciego de Ávila se sembrara una variedad de eucalipto, cuyas raíces absorbían las aguas estancadas y de sus hojas emanaba un perfume capaz de ahuyentar a insectos y otros indeseables. Algunos viajeros extranjeros que pasaban por Ciego de Ávila escribieron sobre lo pésimo del ambiente.
A mediados de 1889 se anuncia el posible ataque de viruela a Puerto Príncipe. La alarma cunde. Al consultar el libro de defunciones del Hospital Militar de la Trocha, correspondiente al año 1890, llama la atención el hecho de que ocho soldados españoles fallecidos ese año murieron a causa de la fiebre amarilla. Cinco años más tarde se reportaban cuatro muertos por la misma enfermedad.
Al nacer el siglo XX, las condiciones higiénicas del poblado avileño eran deplorables y las epidemias como el cólera, el tifus, entre otras, hacían de las suyas. Cañadas pestilentes atravesaban la demarcación; el agua de consumo humano no era la mejor, pues se extraía del río Menchaca y se carecía por completo de un servicio epidemiológico.
Solo había un médico para el extenso territorio. Los mosquitos no dejaban tranquilos a los vecinos ni de día ni de noche.
En una escueta nota asentada en un libro de Salida de Correspondencia del Ayuntamiento de Ciego de Ávila, se hace constar un acuse de recibo fechado el 3 de mayo de 1903, año en que Finlay arribó a sus 70 primaveras, donde se expresa: “Se le participa al Sr. Luis Adams, en Puerto Príncipe, que serán cumplidos sus deseos referentes al Dr. Finlay, que desea ver a varios enfermos de este hospital de Ciego de Ávila”.
En ese tiempo la viruela campeaba por sus respetos, pero lo que queda en nebulosa es si, efectivamente, el eminente científico pudo cumplir su deseo en aras del mejoramiento de la salud de los avileños de entonces. Aún está por saber e investigar.
Años más tarde, la situación continuaba siendo deplorable. El periódico avileño La Región publica en el verano de 1921 la siguiente nota: “Numerosos enfermos indigentes, se acurrucan en un rincón para morirse, por falta de asistencia médica. Como los enfermos, casi todos trabajadores extranjeros y en su inmensa mayoría haitianos y jamaiquinos, han sido reconcentrados en la ciudad y a los que la miseria tiene en sus garras, ha vuelto a reproducirse la terrible plaga de viruela y fiebres palúdicas, encontrándose la Jefatura Local de Sanidad con la enorme dificultad de no poder asistir a los enfermos si la Secretaría no le envía recursos. Por el improvisado sanatorio han desfilado más de mil casos de viruela”.
Esto sucedía dieciocho años después de lo solicitado por el Dr. Finlay, en una región que seguía siendo “malsana y viciada”, como la calificaron los chinos. Evidentemente casi nada se había hecho de lo aconsejado y demostrado científicamente por el sabio cubano, que en su tiempo mostró interés por visitar a Ciego de Ávila.
En varias oportunidades el científico fue nominado al Premio Nobel de Medicina, pero nunca le fue otorgado por sutiles maniobras e intereses mezquinos, incluso los yanquis quisieron arrebatarle sus extraordinarios y probados aportes.
Fue Carlos J. Finlay un indiscutible benefactor de la Humanidad.
Honor y gloria a su vida y obra.