El 23 de agosto de 1906, el General Alejandro Rodríguez, jefe de la Guardia Rural, informó al presidente Tomás Estrada Palma del cumplimiento de su orden de dar muerte al General del Ejército Libertador Quintín Banderas, pero su macabra tarea no concluyó al exigirle el mandatario que sus restos fueran arrojados a una fosa común para que no tuviera una tumba propia donde le recordaran y colocaran flores.
La causa de tanto odio de Estrada Palma hacia el bravo mambí obedecía a que, además de ser negro, antianexionista y opositor a la Enmienda Platt, se había alzado en la llamada “Guerrita de Agosto” en La Habana, con miembros del Partido Liberal, contra las pretensiones del político de cambiar las leyes para continuar en la presidencia.
Quintín Banderas no fue la única víctima mortal de las ambiciones del presidente, involucrado directamente en el asesinato en 1905 de su más joven y capaz opositor, el coronel mambí y abogado Enrique Villuendas, el cual se ganó sus grados a fuerza de coraje con solo 21 años de edad, y con 26 conquistó un escaño en la Cámara, donde se distinguía por su oratoria y gran carisma.
Era tanta la omnipotencia de Estrada Palma y sus cómplices que no se preocuparon demasiado en ocultar el crimen del General, ni la identidad de sus ejecutores materiales —un grupo de soldados al mando de un oficial subordinado al jefe de la Guardia Rural—, por lo que el periódico La Lucha publicó: “Llegó el capitán Delgado conduciendo el cadáver de Quintín Banderas. En Palacio ha causado un magnífico efecto dicha noticia…”
Un compañero de armas del destacado mambí, el general Enrique Loynaz del Castillo, también alzado contra el gobierno, declararía que al conocerse la muerte de Quintín, los personeros del gobierno comentaron: “Ese no pasa más trochas”.
Había peleado en las tres guerras de independencia y fue el legendario jefe de la infantería mambisa que acompañó al Lugarteniente General Antonio Maceo y al Generalísimo Gómez en la invasión a occidente en la Guerra de 1895-1898.
Al instaurarse la neocolonia en 1902, sin medios de subsistencia, le solicitó al presidente Estrada Palma un trabajo y este le ofreció un puesto de basurero y solo pudo sustentar a su familia al convertirse en vendedor ambulante de la marca de jabón Candado, en una carreta que conducía con su desgastado traje de general con todas sus condecoraciones por los barrios de La Habana, donde era aclamado por el pueblo.
En 1906 debía culminar el período presidencial de Estrada Palma, quien apoyado por un círculo de adulones y privilegiados de su administración, intentó cambiar la Constitución para reelegirse, a lo que se opuso el Partido Liberal, que en agosto se alzó contra esas pretensiones.
Quintín Banderas, a sus 71 años, se sumó al movimiento en la región de Arroyo Arenas, El Cano y Wajay para participar en varias acciones como el asalto a poblados y a un tren, pero al percatarse del fracaso de la insurrección envió una petición al mandatario para un salvoconducto que le permitiera, con garantía para su vida, abandonar las armas y esperó la respuesta en una finca en la zona donde operaba.
El presidente recibió la carta, pero deseoso de dar un escarmiento a sus enemigos políticos, descargó todo su odio contra el viejo mambí, que confiado vio llegar el 23 de agosto una avanzada de la Guardia Rural y, al creer que cumplían con su petición, les dijo: “ ¡Muchachos, esto se acabó! Yo sabía que ustedes venían a buscarme con el papel del Gobierno. ¡Yo tengo muchos amigos!”
Esas fueron sus últimas palabras antes de caer abatido por los disparos de los soldados, que lo remataron a machetazos, e igual suerte corrieron varios de sus acompañantes.
Su cadáver fue trasladado en una tosca carreta hasta el cementerio de Colón, donde el sacerdote Felipe Augusto Caballero colocó sobre la tumba un epitafio para identificarla y luego se lo comunicó a la viuda de Quintín diciéndole: “Se ha hecho justicia con el General. Sus hijos no perderán los restos de su padre”, según versiones de la época.
Tendrían que transcurrir 53 años para que los verdaderos ideales de independencia y de una Patria digna por la que había luchado y ofrendado su vida el valiente General Quintín Banderas, triunfaran el 1ro. de enero de 1959 y acabara para siempre aquella pesadilla de república neocolonial.