Entre pulpas y encurtidos, una fábrica se resiste a morir

La Fábrica Productiva Florencia conoce bien de cerca el esfuerzo cotidiano de casi un centenar de trabajadores

La fábrica tiene más de 80 años y, de puro milagro, sigue en funcionamiento. El tiempo, que no perdona a nadie ni a nada, muerde con enfado las viejas maquinarias, las avería y, muchas veces, deja en total obsolescencia tecnológica algunas de sus piezas.

No obstante, lo que en cualquier otro país ya hubiera sido un montón de chatarra inservible, aquí continúa su vida útil, a medio camino entre la inventiva de los innovadores obreros y esa cualidad criollísima que Carpentier incluyó en “lo real maravilloso”.

Marlenis Pérez, tecnóloga de la Fábrica Productiva Florencia, conoce bien de cerca el esfuerzo cotidiano de casi un centenar de trabajadores, y mientras camina entre tanques llenos de encurtido, cuenta que algunos de sus compañeros llevan media vida en esta instalación. Ella misma acumula 32 años de labor: llegó aquí para cumplir el servicio social, recién graduada como ingeniera química, y hasta el sol de hoy sigue comprometida con la misión de producir para el pueblo.

Esta entidad, perteneciente a la Empresa de Conservas Ciego de Ávila, centra su gestión en el procesamiento de frutas y vegetales, cosechados por los campesinos del municipio de Florencia. Por eso, no extraña que en su interior se mezclen el olor del puré de tomate con el aroma de la pulpa de mango, o que en sus líneas productivas el pimiento morrón, producto insignia de la fábrica, alterne con la elaboración de mermeladas para las dietas médicas.

“Proveemos al Turismo, a Comercio Interior y a la población local, a través de nuestros puntos de venta”, explica Marlenis, y añade que su empresa también realiza encadenamientos productivos con otros actores económicos, por ejemplo, para la entrega de ensaladas de zanahoria, col y pimiento.

“La repercusión social de este centro es innegable, y no solamente por el hecho de producir alimentos. La fábrica contribuye a emplear una considerable fuerza de trabajo de la comunidad y, en los meses de mayor demanda, genera empleos adicionales”, añade en voz alta, pues el ruido del proceso industrial lo envuelve todo.

Bien cerca, varias obreras se dedican a etiquetar latas con fruta bomba troceada. Sonríen a los periodistas, contestan algunas preguntas de Marlenis, pero no abandonan su labor. El colectivo funciona como una colmena, en la que cada integrante debe desempeñar un rol.

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Posted by Periódico Invasor on Tuesday, July 9, 2024

Yaidelyn Turiño, jefa de una de las brigadas productivas —de la brigada que más obreros tiene—, da fe de ello. Son más mujeres que hombres, y todos trabajan con igual dedicación, de 7:30 de la mañana a 4:00 de la tarde, un día, y otro, y otro más, hasta que suman, como en el caso de Yaidelyn, siete años de empeño y sacrificio.

Le preguntan por su principal preocupación, y no habla de descansos ni de lo difícil de dirigir un grupo de personas. “Ojalá tuviéramos más material prima, para seguir aumentando la producción”, dice con sencillez, y uno se convence de que, en el mismo corazón de Florencia, agazapada entre vigas, esperanzas y latas de conservas, se encuentra la maravilla cotidiana de un país que, ni por asomo, acepta rendirse.

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