En La Cuba dirige un guajiro convertido en ingeniero

“La empresa que no invierte y no se renueva, se autoliquida”, manifiesta Carlos Blanco Sánchez, al frente, desde hace un cuarto de siglo, de una de las principales entidades agropecuarias de Cuba

Cuando a Carlos Blanco Sánchez , director de la Empresa Agropecuaria La Cuba, en Ciego de Ávila, le dan la noticia, e incluso, mientras recibe, en deferente decisión de la Central de Trabajadores de Cuba, el sello conmemorativo del aniversario 80 de la organización obrera, su rostro mantiene la misma sencillez y naturalidad de siempre.

Y no es, ni por asomo, expresión de indiferencia o de subestimación hacia un reconocimiento que tal vez muchos cubanos merecen, pero que no a todos se les otorga.

“Sucede que lo recibo yo, comenta; tiene mi nombre, pero es el resultado del empeño que han puesto durante todos estos años mis trabajadores y mi equipo de dirección: dos elementos clave, a mi modo de ver, para toda empresa.”

Entonces me percato de que no tengo delante solo al hombre que lleva 25 años al frente de La Cuba, asegurando producciones para Ciego de Ávila y para casi todo el país, incluyendo 254 instalaciones de turismo…

Frente a mí está, en criolla esencia, aquel niño campesino, hijo de obreros agrícolas, que nació y creció en una pequeña colonia cañera, a unos 11 kilómetros de Gaspar, en el actual municipio de Baraguá, donde con apenas nueve años de edad le echó manos a la mocha para picar caña.

Ni el sello, ni el documento que lo oficializa, recogerán el tránsito de Carlos por un instituto tecnológico, su paso a un distrito cañero, el modo en que se sumergió en el mundo de los herbicidas, en las rigurosas labores del carbón, en funciones de sanidad vegetal… hasta que le pidieron venir para La Cuba “por un tiempo”, hace nada más y nada menos que 34 años.

Aquí ha experimentado la emoción cada vez que, dentro de la provincia, fuera de ella o más allá del país, alguien pondera los resultados productivos de la empresa. Aquí ha sentido que el dolor le raja en dos el pecho cuando huracanes como Irma demuelen las mismas plantaciones que, a puro tesón, sus hombres y mujeres volverán a levantar “en menos de lo que canta un gallo”.

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carlos blanco“Me he sentido libre para trabajar, nunca me han frenado; siempre me han apoyado.”“Porque Blanco es de los que nunca se rinde", me confiesa Jorge Reyes González, jefe de finca; "siempre anda volteando los campos, preocupándose por los obreros. Para encontrarlo en la oficina hay que montarle guardia y sentarse a esperar porque es difícil verlo ahí”.

Enemigo de las reuniones (apenas da una el sábado a las 2:00 pm y otra el martes a las 5:00 pm), Carlitos, como todo el mundo lo conoce, prefiere ocupar el hueco de tiempo que algunos llenan con consejillos, actas y acuerdos.
Porque desde niño aprendió a apreciar el valor de ese recurso llamado tiempo, al que califica como “determinante” y él se niega rotundamente a despilfarrar.

La vida le ha enseñado que con un buen sistema de comunicación y transporte que asegure movilidad, usted puede multiplicarse y, como suelen decir los guajiros, “reírse de la vida”, robarle al jefe de producción la preparación de tierra y chequearla dos veces al día, “caer de flay” en cualquiera de los 18 comedores que tiene la empresa para ver qué hay en el plato, o salirle al paso al sujeto de fuera que pretende llevarse un carretón y, a veces, hasta medio camión de tallos de plátano, robados a La Cuba, al pueblo…

Con razón tiene tantos seguidores. Si en 1976 la empresa vio luz con 103 hombres, hoy son más de 1 800 quienes siguen a ese guajiro convertido en ingeniero, que no deja de construir viviendas para que a sus trabajadores no les falte “un techo seguro, tengan la barriga contenta y les suene el bolsillo”.

Como hablar de sí mismo no es su estilo, me pregunto cuántos avileños ignoran que fue diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular; que la provincia y su terruño original lo declararon Hijo Ilustre; que con las botas puestas y salpicadas de fango deja boquiabiertos a científicos e investigadores en salones climatizados; que La Cuba es parte de la Universidad y viceversa; que su relevo no está en probeta, sino ahí, listo para cuando haga falta; o que no pierde la manía de estar inventando siempre algo, adelantándose, “porque la empresa que no invierte y no se renueva, se autoliquida”.

Este hombre es un verdadero francotirador, me digo. Y hasta su apellido lo confirma, porque desde que llegó a este lugar Carlitos no ha hecho otra cosa que hacer blanco: blanco en el centro mismo de La Cuba.