Un maestro de estos tiempos

Por Karín Gómez Hernández
Fotos: Irám Guzmán
Cada día, este maestro que dirige, hace de su profesión un verdadero sacerdocio, donde no pueden faltar la empatía y la dedicación

En agradecimiento a su dedicación, liderazgo, inspiración, integridad y profesionalismo. Solo se distinguían esas palabras del diploma ubicado en una pared de la oficina. La distancia de un par de metros impedía leer más y postergué acercarme para conocer detalles. Enseguida iniciamos la conversación.

Al terminarla, ya no era necesario conocer a nombre de quién ni cuándo se había emitido el diploma. Poco más de una hora de charla con Osmany Morales Rodríguez bastó para confirmar que, en este caso, el diploma era mucho más que una formalidad, acompañada de cuños y firmas.

Esos cinco calificativos definen muy bien a quien, por casi tres décadas, se ha dedicado a educar y, los últimos cuatro años, también a dirigir la Escuela Secundaria Básica Pablo Elvio Pérez Cabrera. Aunque él confiesa que primero es maestro y después “jefe”, y no se refiere solo a la cuestión cronológica.

A Osmany le cuesta hablar de sí mismo y prefiere que sean otros quienes valoren cómo marcha la escuela que dirige, donde tiene el desafío de guiar procesos, que abarcan a más de 457 estudiantes y 64 trabajadores.

“Es una tarea compleja, pero no imposible”, asegura. Tanto es así que permanece muy poco tiempo en su oficina. Él sabe que detrás de un buró no puede combinar las dosis de amor y autoridad demandadas por sus alumnos al transitar por esa difícil etapa de la vida que es la adolescencia.

“Yo nunca he dejado de enseñar. Cuando comenzó este curso no teníamos profesor de Biología para impartir noveno grado y asumí la docencia de los cuatro grupos. Si yo, desde mi cargo como director de la escuela, me quedo sentado en la dirección y mis niños no reciben clases, los maestros dirán:

‘Si el director no da clases, ¿cómo vamos a dar nosotros? Si el director no se sacrifica, ¿cómo vamos a sacrificarnos nosotros?’”.

Ha calado tanto su ejemplo, que todo el consejo de dirección del centro está incorporado a la docencia para que los estudiantes no dejen de recibir las lecciones de cada asignatura, a pesar de contar apenas con 28 de los 41 educadores necesarios frente a las aulas.

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“Todo parte del ejemplo”, insiste el joven de tez muy blanca y de una lozanía tan marcada, capaz de disimular los 44 años cumplidos el pasado 19 de diciembre, tres días antes del Día del Educador.

Quizás ese fue el presagio de que, a sus ocho años, cuando cursaba la primaria en la escuelita Juan Bruno Zayas, tuviera muy definida su vocación de educar.

 

 

—En su condición de director de la escuela, y por lo que aprecio, usted siente la obligación de ser ejemplo para los maestros, pero también para los alumnos. ¿Cómo logra conectar con ellos y, a la vez, mantener la autoridad como profesor?

—Tienes que ser el último en irte de la escuela y el primero en llegar, darles los Buenos días o las Buenas tardes en cada jornada. Trato siempre de asumir una actitud correcta con todos a mi alrededor, porque los estudiantes lo perciben, y, a pesar de la influencia de otros grupos sociales, somos, junto a la familia, su principal referente.

“También aplico los principios básicos de la Psicología para tratar a los adolescentes, pero llevados a mi rol como educador. Les doy la posibilidad de negociar ante determinadas cuestiones; sin embargo, somos nosotros, los adultos, quienes fijamos los límites y así evitamos caer en compadreos y chabacanerías, tan comunes en estos tiempos. Siempre trato a mis alumnos ‘de usted’, con respeto, para que eso sea recíproco. Me acerco mucho a ellos, a sus intereses y, siempre que se pueda, los apoyo”.

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Él conoce al dedillo las características de sus educandos, por eso comenta datos tan precisos como que 17 de ellos tienen hábito de fumar, 22 son hijos de profesionales de la Salud, y que solo 45 no tienen teléfonos móviles. “Toda esa información podría parecer banal, pero no lo es. Para atender las individualidades y hacer más efectivo el proceso de enseñanza-aprendizaje hay que conocerlas y trabajar en función de ellas”.

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Osmany habla con mucha locuacidad. Demora las pausas en los momentos donde más reflexión se requiere y, a ratos, se quiebra su voz, cuando nos cuenta de sus “niños especiales”. Esos que tanta dedicación demandan por las difíciles circunstancias que les han tocado vivir.

Y recuerda a Leandro, quien en la pasada ceremonia de graduación de noveno grado subió al escenario, tomó el micrófono y, con palabras muy modestas, agradeció todo lo que habían hecho sus profesores por él, cuando estudiar no estaba entre sus prioridades. Hoy cursa el Técnico Medio en Electricidad y, al pasar por la escuela, casi todos los días, abraza a sus maestros y les dice que fueron sus salvadores.

Osmany nos comenta esas vivencias, mas siempre acota que no lo hace para vanagloriarse de esos resultados que, según él, es lo mínimo que puede hacer cualquier educador, sino para que los adultos comprendan el potencial existente en los jóvenes y la importancia de la familia en su formación.

“Estas hoy son muy difíciles, tanto como lo son estos tiempos, pero no imposibles de tratar para los educadores.”

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—¿A qué se refiere con que las familias son tan difíciles como estos tiempos?

—A todo. La situación socioeconómica está influenciándolo todo. Te voy a hablar, por ejemplo, del niño que te dice en un aula: ‘Mire, profe, yo no puedo venir por la tarde al repaso porque en mi casa no me pueden dar una merienda para venir a la escuela en la mañana y otra para la tarde’, o una mamá que aclara que no puede mandar al niño a la escuela porque no tiene zapatillas y no puede pagar 5000.00 pesos por unas.

“Entonces, son tantas las cuestiones a las que nos enfrentamos... Y nosotros no estamos para juzgar si son justificaciones o problemas reales, sino para apoyar y educar. Entre nosotros —los maestros— y siempre que está en nuestras manos, hemos dado solución a algunas de esas dificultades materiales. Y no estamos haciendo nada sobrenatural —insiste, otra vez—, es lo que nos toca, esa es nuestra vocación.

“No obstante, tenemos otro tipo de situaciones que también son parte de la cotidianidad. El 87 por ciento de los niños de este plantel tienen familiares en el extranjero. Muchos de ellos no conviven con sus padres, sino con abuelos, tíos, y eso es un desafío en muchos órdenes. A veces, las figuras de autoridad son permisivas. Brindan muchos regalos y obsequios a los niños y, como consecuencia, estos no quieren esforzarse.

“Todo ello trae consigo que disminuyan los niveles de asimilación de sus responsabilidades y de cómo tienen que estudiar para formarse, porque creen que sus padres van a ser eternos, y entonces vemos mucha tendencia a no esforzarse porque en el futuro piensan irse del país”.

—¿Cuáles serían las claves para educar en un contexto tan complejo como el actual?

—Ser maestro en estos tiempos es, sobre todo, comprender el contexto actual y acompañar a las familias. Por eso gestionamos el trabajo con ellos a partir de las escuelas de orientación familiar y para padres. En las primeras, junto a especialistas, las principales problemáticas que afectan a los adolescentes hoy como las adicciones, el embarazo precoz y las drogas.

“Mientras, las escuelas para padres se realizan una vez al mes para tratar temas generales como el uso del uniforme escolar, el aprendizaje, los calendarios de trabajos de control. Se nutre a la familia de todo lo que va a estar ocurriendo en la institución durante el mes, para que esté orientada y nos puedan apoyar desde la casa”.

—¿Cree que ese sistema de trabajo y esa manera de educar se pueden generalizar al resto de las escuelas del territorio?

—Si usted le pone amor a la tarea que usted hace, lo logra todo. Entonces, por eso yo pienso que sí, que se pueda generalizar. Educar es, ante todo, un acto de amor que permite sortear las dificultades que puedan sobrevenir.

Así, cada día, este maestro que dirige, hace de su profesión un verdadero sacerdocio, donde no puede faltar la empatía y la dedicación, valores indispensables para educar en estos tiempos.