Como el buen vino, un club añejo

Como el buen vino, un club añejo

Por Amanda Tamayo Rodriguez
Fotos: Amanda
La paciencia, el azúcar y la sabiduría han curtido años de premios y camaradería entre los miembros del Club de Vinicultores La Trocha, de Morón

Hace ocho o nueve años, nadie lo recuerda con precisión, una jaba de guayabas llegó de La Habana en el hombro de Hilda Izquierdo Suárez. No eran más que guayabas blancas, de las que en Cuba se comen con sal y no sobreviven el horario de merienda.

Pero Hilda les dio la vida eterna.

Ya no son solo guayabas, y siguen existiendo en una forma que se describe así: “Atractivo color amarillo. Aromas frescos a frutas tropicales, cítricos y notas florales. En boca es fresco, ligero, seco, con acidez moderada”. No es solo un vino, es un vino blanco premiado por el Festival Nacional de Vinos Artesanales, en las dos ediciones que tuvieron lugar en Villa Clara, a finales de febrero.

“La guayaba es una fruta muy buena para el vino, a mí me gusta mucho. Lo que hay que saber trabajarla”, cuenta ella, que ya lleva 20 años en el Club de Vinicultores La Trocha, de la casa de cultura Haydée Santamaría Cuadrado, en Morón.

Entre Hilda y cuatro miembros más trajeron a casa siete premios, y conquistaron lo que ya sabían: el club avileño se corona entre los mejores del país.

🍾#Enhorabuena Resultó Morón ganador del Festival Nacional de Vinicultores El Club de Vinicultores La Trocha, de la Casa...

Posted by Reina Torres Pérez on Tuesday, February 28, 2023

El vino como la forma de la vida

Lito empezó a hacer vino en el año 1998. No hay nada de romántico en ese acontecimiento. Ninguna tradición familiar, ningún campo de frutas entre sus manos. Su vino nació de la necesidad de “inventar” en pleno Período Especial.

Es, de los premiados, el que más tiempo lleva haciendo vino, y lo hace solo. En horario laboral se llama José Santiago Fernández Castellanos y es trabajador de la brigada de mantenimiento de Educación.

Pero cuando viene los segundos domingos de cada mes a la Casa de Cultura, le dicen Lito con la cercanía de conocerlo de toda la vida. Y Lito es un hombre que hace vinos como entretenimiento y, a veces, se saca unos pesitos.

“Yo no tengo apuro cuando hago un vino —dice cuando le pregunto por el largo proceso del barril a la botella—. A veces, lo pongo y se me olvida, se queda más tiempo fermentándose”.

—¿Y cómo fue que aprendiste?

—Yo recuerdo que traje mi primer vino aquí y se quedaron locos. “Yo no sé, eso se clarificó solo”, les dije yo. Y ya a partir de ahí empezaron a aconsejarme y seguí aprendiendo solo.

Ninguno de ellos cuenta una historia similar. Lo único que tienen en común es no haber nacido en una familia vinicultora. Lo aprendieron todos por voluntad. Ariel Fajardo Noda, por ejemplo, es de los premiados el más joven, y con primer lugar en vinos semi dulces. Es maestro panadero y por su profesión ya llevaba tiempo desentrañando la fermentación y la química cuando la curiosidad lo llevó a intentar desentrañar también los misterios del vino.

Hilda, por el contrario, es de las que ya ha formado a otros en ese estilo de vida. Su nieta la acompaña y carga su premio, como también le acompaña a “montar” la madre de vino.

“Primero se pone el azúcar y el agua, se le añaden la fruta, procesada. A mí, por ejemplo, no me gusta hervir la guayaba, la pongo natural, sin cáscara ni semilla. A eso se le agrega la levadura, porque todo vino debe tener alcohol, y se deja fermentar 20 o 30 días, eso depende. Ya después se le saca la madre, y se clarifica. Antes lo hacíamos mi esposo y yo, ya él no puede, y entonces me ayuda, a veces, mi nieta”.

 

Así explica ella, en términos aptos para neófitos, los pasos que pudieran llamarse de forma más sofisticada con palabras como vendimia, maceración, prensado, fermentación maloláctica, descubado, crianza…

 

 

De los abuelos parece haber heredado Mireya Espinosa Suárez la vocación. O al menos la afición. “Soy descendiente de isleños, así que siempre me gustó el vino”. Y del dicho al hecho pasó hace muchos años, en la primera década de 2000.

Con apenas unos meses de trabajo, llevó sus creaciones al Festival Popular del Vino que celebra el club cada año en el marco de la Semana de la Cultura, y ganó seis premios. Desde entonces, además de vinicultora se ganó el “título” de catadora, algo que da la impresión de gustarle aún más.

—¿Qué vino prefieres?

—La verdad, cualquiera. Siempre que esté bueno.

El vino para ganarse la vida

Antonio Alberto Pérez Massip llegó a casa con tres premios del Festival Nacional, y la noticia le hace doblemente feliz. Primero como artesano, porque confirma la sabiduría adquirida a prueba y error. Y luego, porque es, sin dudas, una razón de prestigio para su negocio: Vinos Toka.

Tony me explica cómo convirtió el conocimiento que heredó de su padrino, en Villa Clara, en una marca comercial. Toka porque es su nombre y también el de su esposa Katia, los que “firman” el vino.

La botella de vinos Toka puede que sea conocida por el público avileño, porque se vende en establecimientos como La Elegante, en el bulevar, y las demás tiendas del proyecto de desarrollo local Delavida. La propia etiqueta dice, además, que las bodegas de donde viene están en Ciro Redondo, y se fundaron en 2010.

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Y esas bodegas no son más que el trabajo de toda la familia, hijos, hermanos, además del matrimonio, un trabajo que empieza a dar frutos, no solo porque le premien el vino espumoso o el semi seco, sino porque ya producen también vinagre y vino seco para la cocina, y piensa insertarse en el mercado estatal a través de las tiendas Caracol y la Sucursal Extrahotelera Palmares.

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Posted by Universidad de Oriente. Cuba on Sunday, June 26, 2022

Cayetano Rodríguez Burgos no puede disimular el orgullo cuando habla del Club que él coordina. Casi 40 años, desde diciembre de 1985, llevan siendo más que un proyecto de la Casa de Cultura, una comunidad real y armónica que cambia como cambian los tiempos.

“De los ocho vinicultores que lo fundaron quedan con nosotros dos, todavía. Y, como ves, hemos tomado la estrategia de renovarnos, porque el club es como la población cubana, envejecido”.

No pocas caras jóvenes se veían en el encuentro de este domingo de marzo. Muchas bromas, mucha complicidad y mucho respeto a los mayores, también se hacían notar.

vino2Ya casi 40 años y varias generaciones al abrigo del club

“Aquí nos reunimos, discutimos las finanzas, pensamos a qué las vamos a destinar. Este club es provincial, vienen desde Falla, Ciego, Tamarindo, Violeta. Yo vengo de Pina, por ejemplo —dice Tony”.

Se aconsejan, también aprenden. Se dicen “guarda este vino que te quedó bueno”, cuenta Cayetano.

Y no son algunas botellas lo único que guardan como “reliquia”, como el vino blanco de guayabas que guarda Hilda. Es también el saber, la forma de vida, el fenómeno cultural y lo que significa para cada uno ser vinicultor. Una vida entera forjada con paciencia y buen gusto.