Viviendo de zurda

Dicen algunos que en los deportes los zurdos son más agudos y veloces, con la ventaja que les da su sistema nervioso central. A lo mejor esa ventaja la aprovechó Mongo Pérez en su vida, para que a sus 88 las ganas de hacer no sean historia.

Mongo Pérez nació zurdo y obstinado. La primera cualidad la perdió a la fuerza, cuando el profesor de su escuela rural en La Rosa, Morón, lo castigaba a reglazos. “Con la derecha, Ramón Pérez Morales”, le obligaba. Pero lo segundo no lo ha perdido todavía, a sus 88 años, por muchos reglazos que le dio la vida.

Bastó haber nacido en la Cuba de 1932, y tener cinco hermanos, para que su padre se diera cuenta de que si quería que sus hijos tuvieran educación había que mudarse a Morón. Aquel día, a sus 14, en que salieron en fila por la guardarraya, llorando a moco tendido, él traía a cuestas un guante de lona y un bate que le habían hecho en casa.

Para el deporte, el cultor más idóneo fue, ni más ni menos que Paquito Espinosa, hoy mártir de la clandestinidad, por entonces, en la Escuela Primaria Superior de Morón. “Él era tremendo atleta. Después de que logré entrar a la escuela, donde su madre era directora, nos enseñaba boxeo, atletismo, baloncesto”, recuerda Mongo.

De esa fecha data su primera competencia. Y la primera vez que montó en tren. “Yo iba agarrado del asiento como si fuera para el cosmos”. Pero en realidad iba para Camagüey, donde competiría como saltador (porque el salto le encantaba). Lo que no se esperaba de camino es que nunca llegaría a saltar, gracias a la lluvia de piedras despechadas que les cayó encima a mitad del entrenamiento, porque Morón estaba ganándole a Camagüey sin discusión.

Fuera de la escuela, Mongo tampoco se estaba tranquilo. “Habían casi 18 terrenos en los barrios donde se jugaba béisbol, hoy no queda ninguno, pero en aquella época todos los muchachos hacían equipos y competían.” Era, además de un pasatiempo, una forma de ganar algo de dinero. Vendía pencas de coco por cinco centavos a las panaderías. Sacudía los techos por 30 centavos más, y, cuando le tocaba el turno, iba a la línea del tren, con un palito agarrado con la mano izquierda, a sacar las monedas que dejaban en las ofrendas religiosas. “Tenía que ser con la izquierda”, por si acaso.

Así logró pagarse los uniformes del Instituto Superior, al que entró con una beca de atleta, sin pagar la matrícula. Y así reunían entre todos 2.00 o 3.00 pesos por semana para apostar en un juego y, si ganaban, ir al cine (donde pagaban al guardia de la puerta para que los dejaran entrar por la mitad de las entradas), dar la vuelta al parque Martí con las muchachas durante la retreta de la Banda Municipal de Conciertos, y merendar en la calle Libertad.

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Si perdían y no tenían dinero, o si la fiesta era en el Liceo, o en la Colonia Española, donde no podían entrar sus amigos negros, se quedaban hablando de béisbol (porque el béisbol le encantaba) en una esquina.

Mongo estudiaba en las mañanas, hacía deportes por las tardes, y trabajaba en las noches en la Escuela de Comercio. En las vacaciones volvía al campo a trabajar con su tío. El padre era contable de los colonos del central Patria. Gracias a eso tenían para comer, y Mongo hasta heredaba las guayaberas y los trajes que tanto le enorgullecen ahora. Pero no mucho más.

Tanta actividad física, combinada con su poco apetito, lo dejó un año entero en cama, a sus 23, por una lesión pulmonar que lo hacía vomitar sangre, y cuyo diagnóstico él no precisa. Cuando se recuperó, Cuba estaba cambiando. Viajó a La Habana para integrar un equipo de softbol (el softbol le encantaba) de la televisora CMQ. Y a Santiago de Cuba en 1960, a una competencia de baloncesto (el baloncesto le encantaba). Ya entonces estaba al frente de buena parte de la Campaña de Alfabetización en toda la región de Morón (hoy, Norte de Ciego de Ávila). Allí conoció, por casualidad, a la secretaria del entonces ministro de Salud Pública, José Ramón Machado Ventura. Con su apoyo logró integrar una campaña paralela por la higiene, la construcción de 2 000 letrinas sanitarias en las casas campesinas. De más está decir que sus brigadistas también llevaron dos o tres módulos deportivos a cada uno de los 13 barrios que en aquel momento integraban la región. Su vocación apenas despuntaba.

—¿Cómo llegó al Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER)?

—Estuve cinco años como profesor de Educación Física en la escuela José Martí. Tenía que aprender primero para poder enseñar hasta gimnasia rítmica. Cuando me hicieron Subdirector de Educación Física en Morón, en 1966, había solo 12 profesores. Y lo dejé con 176. Ponía dos de ellos por escuela, y cada uno debía formar equipos femeninos y masculinos del deporte que dominaran. En apenas dos cursos le ganamos a la región de Camagüey. Y creé la primera Academia de Fútbol en Cuba, para jóvenes, que luego se integró a la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar.

Fue en 1970 que llegó a la Dirección Municipal de Deportes. En apenas un año restauró el estadio y propuso su nombre actual: Paquito Espinosa. Tiempo después construyó una base náutica en la Laguna de la Leche, que entre 1972 y 1976 acogió la Copa Guerrillero Heroico, en las modalidades de Vela y Kayak. Todo eso duró hasta que lo promovieron a Subdirector provincial.

FARO Y GUIA DEL DEpORTE EN MORÒN En el cumpleaños de “Mongo” Pérez ...

Posted by Arquímedes Romo Pérez on Monday, August 31, 2020

—Así que regresó.

—Regresé. En 1985. La base estaba abandonada. Y el estadio muy deteriorado. Conseguí dos brigadas para reparar las torres de los ferrocarriles y del central Patria, y un amigo mío que era ingeniero me buscó, poco a poco, los 452 focos que hacían falta.

• A principios de 2020, estos eran los problemas del sector en Ciego de Ávila. 

Tremenda sorpresa debió llevarse cuando en La Habana, en la Plenaria Nacional del INDER, se le asignaron 150 luminarias modernas, una pizarra electrónica y un equipo de audio, más una brigada completa.

Para 1987, cuando vino Alberto Juantorena, ya funcionaba otra vez la base náutica, y estaba construido el gimnasio de boxeo.

“Cada dirigente tenía que atender un deporte. Preparar los encuentros y todo. Yo atendía el boxeo (porque el boxeo le encantaba), con tres programas semanales, en el Estadio, en el Vaquerito y en el Micro Norte, en el jardín entre cuatro edificios, que llamé el ´Madison Square Garden´ de Tumbacuatro.”

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Así era la cosa hasta que en 1988 le piden a Mongo que la Dirección Provincial se encargue de la base náutica y el combinado deportivo. Su respuesta fue irse. Trabajó en el Turismo hasta 1994, donde con sus mañas de hacedor llevó la ganancia de un kiosco playero a 70 centavos por dólar. Pero ahí también se hizo incómodo. “Decían que yo no era del Turismo, que era del deporte.”

En 1995 volvió, inevitablemente, a su vocación. “Fui a ayudar a mi exalumno Arsenio Machado, que iba a trabajar en la Dirección Municipal.” Mongo contó 29 medios básicos desaparecidos del Estadio, la base náutica y el gimnasio de boxeo desmantelados. “Me senté en mi máquina de escribir y redacté la denuncia.”

mongoNo hace mucho, con sus nietos

En Morón se nace con el gen del fútbol.

Con esa carta fue a todas partes hasta que, siete años después, la envió directamente al General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Los hechos fueron comprobados y castigados. “Fin de la película”, dice. Mas no lo es. Todavía enseña fútbol, de manera voluntaria. Es Hijo Ilustre de Morón, y fue Vanguardia Nacional en 2009. El “Madison Square Garden” funciona de vez en cuando. Y va a seguir. Porque Mongo Pérez va a seguir haciendo, porfiado como es. Mientras tenga memoria.

EN LA HAMACA CON… Mongo Pérez (No. 18) El 8 de julio del 2006, se efectuó la primera hamaca dedicada a una...

Posted by Larry Morales on Monday, August 17, 2020