Pastor Rodríguez o la alzada del adiós

Perdió la cuenta de las veces que levantó el mayor peso entre todos. También de una parte de los escenarios donde concretó sus hazañas de forzudo, aunque algunos jamás los borraría de la memoria. En Winnipeg (1967) y Cali (1971), en San Juan (1966) y Panamá (1970), no hubo halterista que pudiera aventajarle.

Iba por las calles de Ciego de Ávila y muchos le reconocían. “Ahí va Tuto", el dos veces campeón de los Juegos Panamericanos”, y la gente saludaba al primero de la delegación cubana que del buque Cerro Pelado llegó a la principal ciudad de Puerto Rico para ganar una medalla de oro en aquellos inolvidables Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe que develaron a los ojos del planeta los ascendentes resultados y el creciente protagonismo del deporte y la cultura física en Cuba.

Y él sonreía o regalaba un apretón de manos, sin tiempo para mucho más porque nunca le alcanzaron las horas, los meses y los años para hacer lo que hacen los pioneros: empezar —o lo que es lo mismo, abrir la trocha— para que otros continúen la obra, en ese fluir incesante de la existencia de los hombres de bien.

Cuando en Ciego de Ávila casi nadie sabía de agarres, llaves y tackles, iniciaba la aventura sobre los colchones de lucha, y después —aunque decían algunos que ya era tarde—, comenzó a levantar pesas y más pesas en el transcurso de una década en la que el hércules de piernas arqueadas (motivo de burlas en miserables líneas de la prensa internacional) devino reiterado campeón nacional y entre los mejores deportistas de la mayor de las Antillas.

Pero de eso hace ya demasiado tiempo, la presión arterial se le disparaba cuando podía más que los clean and jerk sobre las plataformas y entonces optó por enseñar cómo se tensa un arco hasta que las flechas impactan sobre las dianas, y a mostrar, sin asomo de miedo, los secretos del motociclismo. Ah, pero el dios Cronos le trajo nuevas buenas, incluidas las de aquella tarde en que, en su lecho de enfermo de la calle Ciego de Ávila, alguien le susurró que había sido exaltado al Salón de la Fama de la Federación Panamericana de Levantamiento de Pesas.

Un 26 de julio entreabrió las ventanas de la existencia en Chambas. Del lomerío le vino la oleada que le animó los pulmones en 1938. Ayer, 6 de agosto de 2021, volvió a henchirlos cuando de un tirón, alzó la cantidad de kilogramos solicitados. Fue ese el instante en que la afición de todos los tiempos le aplaudió como de costumbre, hasta el delirio. Erguido, porque no podía ser de otra forma, con las domadas pesas sobre sus brazos membrudos, Tuto le dijo adiós al mundo de los vivos, justo cuando en su condición de hombre grande de la división ligera iniciaba el infinito viaje a la inmortalidad.

Tuto

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