¡Qué bien que la escuadra cubana de fútbol pueda contar con los jugadores del país que se desempeñan en el exterior! Y, a la vez, ¡qué bueno que los tres jugadores avileños causaran grata impresión en los partidos de la eliminatoria mundialista ante Guatemala y Curazao! Los que amamos al fútbol tenemos motivos para mirar con optimismo el futuro de la disciplina.
No obstante, siempre hay un “pero”. Para que Cuba pueda contar con varios Onel Hernández, Sander Fernández o Asmel Núñez es vital que desde ahora los directivos de esta disciplina comprendan que estos solo aparecerán si se organizan competiciones escolares en todos los municipios de la Isla.
No es el fútbol un deporte como el voleibol, por ejemplo, que mediante el entrenamiento intenso de unas decenas de jugadores altos en pocos meses se forma un equipo de calibre mundial. Las propias sextetas cubanas son un ejemplo.
Resulta literalmente imposible armar un once del más universal de los deportes desde un “laboratorio”. Son tantas —¡pero tantas!— las jugadas y situaciones que se les dan a un jugador y a su colectivo durante 90 minutos que ni en años se “redondearía” un buen equipo.
Las Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar han sido protagonistas del surgimiento de campeones mundiales y olímpicos, mas sería una ilusión pensar que con el número de matrículas en todas ellas se logrará que Cuba pueda contar, en unos años, con un fútbol de nivel.
Esos bisoños jugadores solo tienen como competencia los Juegos Escolares Nacionales y en unos pocos partidos no pueden surgir posibles luminarias. El fútbol necesita de jugar, y jugar en instalaciones con un mínimo de calidad. No tener esa facilidad es el peor contratiempo de este deporte en Cuba.
Sucede que en el mundo, aun en los países más pobres, cualquier muchacho se desempeña en cientos de partidos en un período de 12 meses, por lo que es lógico que de esa masividad surjan talentos por doquier.
Imaginemos que en los 168 municipios de nuestro país se organizaran torneos de base con la participación de muchachos entre 12 y 15 años de edad. Digamos, por ejemplo, que en cada uno de ellos intervengan ocho conjuntos de los diferentes barrios.
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Una simple operación aritmética nos daría que cerca de 15 000 atletas estarían diariamente tratando de dominar el balón. Es lógico que en esa cantera aparezcan los talentos.
No olvidemos —y no me canso de repetirlo— que las habilidades en el fútbol son con los miembros torpes del cuerpo humano. “Domesticar” el balón con piernas, pecho o cabeza no se logra de un día para otro.
Es una falacia pensar que en Brasil, Uruguay o Argentina están los mejores entrenadores de las categorías bisoñas. Allí lo primordial es que los pequeñuelos juegan.
Pero la pregunta es si Cuba estaría en condiciones de organizar esas lides municipales. Y la respuesta podría resumirse en una idea: bastarían 168 balones y el deseo de hacerlo.