Si de algo puede vanagloriarse el béisbol de Ciego de Ávila es de que ha aportado lanzadores de la talla de Lázaro Santana Herrera, un tirador al que siempre le dolía el brazo, pero estaba dispuesto a encaramarse en el montículo, fuese cual fuese el rival
Cortesía de Alejandro Alvariño La noche antes de aquel partido, supe que no estaba en los planes de trabajar desde el box pues tenía fuertes dolores en su brazo de lanzar. El domingo, minutos antes de escucharse la voz de play, ya el guajiro hacía los envíos de calentamiento cerca del dogout de tercera. ¿Habría mentido mi “fuente confiable”?
Luego del encuentro, lo esperé a la salida, no solo para felicitarlo por unos de sus 140 triunfos en Series Nacionales, sino para conocer qué había de verdad de sus dolencias. “No te dijeron mentiras. A mí siempre me duele. Ahora mismo acabo de pasar trabajo hasta para peinarme. Lo que sucede es que mi brazo y yo nos hemos acostumbrado”.
La anécdota data de 1979, y ahora, 42 años después, periodista y entrevistado coinciden en que “parece que fue ayer”. El diálogo, en una mañana de diciembre de 2021, se produjo en lo alto de las gradas del estadio José Ramón Cepero mientras la preselección de Los Tigres estaba inmersa en otra jornada de entrenamientos con miras a la venidera Serie Nacional.
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—¿Algún secreto para convertirte en un buen lanzador a pesar de los dolores?
—Entrenaba como un loco. Corría mucho. Algunos, todavía hoy, no me creen que, en ocasiones, lo hacía desde el poblado de Venezuela hasta Ciego de Ávila. Yo veo que los tiradores actuales toman las carreras diarias como un castigo. Pedrito Pérez, que para mí es lo más grande, si de entrenamientos de pitcheo se trata, un día me dijo que lo primero para un pitcher era correr y lo segundo… correr y por último… correr.
“Es sencillo. Si tú tienes piernas fuertes, el brazo te lo va agradecer, porque el control no se compra en las farmacias, ni se obtiene con las recomendaciones de los técnicos. Para poner la bola donde se quiere hay que ejercitarse mucho y tirar casi todos los días. Uno le dice eso a los muchachos nuevos y tal parece que toman el consejo como ‘cosa de viejos’. Y yo digo que viejos se van a poner ellos, dando casi diez bases por juego, si no se deciden a correr con intensidad”.
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—¿Pero no crees que, en tu caso, se excedieron con el exceso de trabajo?
—Es que todos los extremos son malos. Por ejemplo, le lancé, en una subserie, los tres partidos a Industriales, en el Latino; pero, además, hubo campañas en las que cumplí funciones de abridor, relevista largo, intermedio y cerrador. Claro que todo eso el brazo tiene que sentírselo. Ahora mismo, y tú tal vez te vas a reír, a los 75 años de edad, aún me duele. Pero también es verdad que ahora se cuida demasiado a los serpentineros. Tanto los protegen, que sus brazos parecen guardados en una urna de cristal. Los pitchers que trabajan pocas entradas durante la Serie Nacional, muchos de ellos luego no intervienen en la Provincial. ¿Y tú crees que se puede dar strike si pasas tanto tiempo sin tirar?
—Por cierto, el calificativo de “Brazo de Hierro”, ¿fue originado por esos dolores o porque lanzabas con mucha frecuencia?
—Si el gran comentarista Bobby Salamanca, quien fue el autor de ese apodo, se hubiese enterado de mis dolencias, tal vez no me lo habría puesto. Cuando se lo escuchaba, yo me decía para mis adentros: “si tú supieras, si tú supieras…”
—¿Por qué aquella insistencia tuya de lanzar pegado?
—Eso es otra cosa que la mayoría de los tiradores de hoy no quieren entender. Batear es lo más difícil que existe en la pelota y uno tiene que aumentar más esa dificultad. El Gigante del Escambray, Antonio Muñoz, dijo en una entrevista que fui el que más pelotazos le dio en su carrera deportiva.
“¿Tú crees que yo le iba a permitir que un bateador de sus características sacara los brazos con comodidad? Y si un lanzamiento se me iba un poquito más que pegado, pues bueno, que me disculpe Muñoz, pero prefería eso a ver pasar la bola a mil pies por encima de la cerca del jardín derecho”.
Pero nadie pone en dudas que fue el control el que llevó a Santana a codearse con los mejores lanzadores del país. Su velocidad no era aterradora, pues no sobrepasaba las 80 millas, ni tampoco fue alguien que tuviera un arsenal de “envíos extraños”.
“Hay quien piensa que lanzar es tirar ‘piedras’ para el home pues si ‘tienes un mundo en la bola’, ya todo está resuelto. A mí me hubiese gustado ser un lanzador de 90 millas, no obstante, le digo a los jóvenes que, con una terrífica velocidad, pero sin control y sin pensar, a poco podrán aspirar en esto. Porque te digo, a mí no me queda dudas de que lanzar es un arte”.
Tomada de Ecured —¿Qué hay de cierto en que estando en los entrenamientos del equipo Cuba, cuando venías de permiso, te arriesgabas a lanzar en el Campeonato Provincial?
—Para mi jugar béisbol era una fiesta. Si no podía lanzar, jugaba en el cuadro, algo que comencé a hacer desde la categoría juvenil. Un día alguien me dijo que nadie me iba a agradecer si se me jodía el brazo en una de esas escapaditas de la preselección cubana a la Serie Provincial. Y le respondí que no jugaba al béisbol para que me agradecieran.
Santana me contó no pocas anécdotas y no tuvo reparos en reconocer que el capitalino Pedro Medina le bateaba a sus anchas, pues nunca supo qué envíos tirarle para dominar a quien fue también su compañero del equipo Cuba.
También me dijo que se sentía a gusto cuando lanzaba con Juan Castro en la receptoría y que, aunque respeta las nuevas novedades técnicas del béisbol, no es de su agrado que prácticamente haya desaparecido la elegancia de los serpentineros, pues ya es raro ver aquellos movimientos de impulso en el box. “Yo me enroscaba al lanzar, y era una forma de esconder aun más la bola”.
—¿Y si tuvieras que elegir, de tu paso por el béisbol, un momento inolvidable?
—Óigame, la primera vez que uno viste el uniforme del Cuba nunca se olvida. Y esa primera vez mía fue en 1969, en el Mundial en República Dominicana, y más que allí alcanzamos el título. Todavía tengo clarito, clarito en mi memoria aquellos momentos de alegría tras el hit del Curro Pérez en el octavo inning que nos dio el título ante los norteamericanos. ¡A quién se le va a olvidar eso!
Epílogo
En los planes del periodista estaba concluir el diálogo con aquel sensible combate que tuvo en 2021 con el coronavirus, del que salió ileso físicamente pero destruido en el terreno sentimental, pues Lula Vázquez, su esposa por más de 50 años, no pudo vencer la enfermedad.
A tiempo me advirtió el colega Filiberto Pérez Carvajal que, en un encuentro con amigos del deporte, en el Museo Provincial Coronel Simón Reyes Hernández, alguien recordó el suceso y las lágrimas le corrieron a Lachy por el rostro.
Desistí de la pregunta. El brazo de Lázaro Santana Herrera siempre fue de hierro, pero bien saben sus allegados que su alma no.