Ciclismo juvenil avileño, lejos del pelotón de punta

Es difícil creer que la provincia que algún día fue “la capital del ciclismo cubano” no acapare en la actualidad los principales titulares referentes al deporte y que la tendencia de las últimas informaciones sea negativa.

El más reciente Campeonato Nacional Juvenil de Ciclismo dejó en evidencia más sombras que luces para Ciego de Ávila, tras finalizar noveno con un total de 21 puntos, seis y medio menos que el octavo puesto, Guantánamo, y 59 respecto al líder, La Habana.

Si bien mejoraron el decimoquinto lugar de la precedente edición, antes del inicio de la pandemia de coronavirus, continúan detrás con diferencia del pelotón de avanzada. Los resultados del último lustro contrastan significativamente con las posiciones de privilegio de hace una década o más.

El convencimiento tanto de técnicos como ciclistas cuando se refieren a que “consiguieron el objetivo”, que “las conclusiones tras el evento no son negativas”, es consecuencia de no pensar en grande ni pretender devolverle el mencionado “título” al territorio. En el deporte, de forma general, la ambición es supremamente mayor al conformismo, con poquísimas excepciones como estas.

Solo cuatro avileños aspiraban a medallas. Los pedalazos de tres bastaron para la plata en la prueba de velocidad por equipo. Repitió el podio de premiaciones Randol Izquierdo, por su bronce en el ómnium. A quien regresó con las manos vacías no hay nada que reprocharle, por ser escolar, una categoría inferior.

El discreto número de representantes es “viento en contra”, pero que el equipo íntegro estuviese compuesto por hombres habla por sí del (sub)desarrollo de la rama femenina en el territorio, aunque sea una situación extendida.

Según el comisionado provincial de la disciplina, Argimiro González, es prioridad para la próxima lid asistir con hembras para al menos puntear. El quid está en que el sistema otorga un tanto a quien culmine octava, pero puede resultar que concurse un número menor y, por consecuencia, la mera participación sea una ventaja.

Recuperar ciclistas “de la calle”, las que, por distintas razones, como “la (mala) influencia de relaciones amorosas” abandonan el entrenamiento, es de las ínfimas acciones que generarán en pos de concretar la intención.

Sin constatar en estadísticas que quizás no archiven, Argimiro González expone que la situación empeora, en cualquiera de los sexos y categorías, por la cantidad de bajas que sufre el movimiento ciclístico, año tras año, de profesores y alumnos.

Las consecuencias empiezan, por supuesto, al momento de conformar o renovar un equipo en que los sucesores no son más que eso en disímiles ocasiones: suplentes, con un historial inferior, con rendimientos bajos si establecemos comparaciones con los anteriores.

Otras desmotivaciones existen, sin influir para nada cuestiones personales. Las posibilidades de enfrentar rivales precompetencias son “limitadas” ―eufemismo de “nulas” —por justificaciones “objetivas”: “la situación del combustible en el país no es la mejor”, “es difícil transportar las bicicletas”.

La mención de este término merece una parada. El cuento de las bicicletas ―y su calidad, sobre todo― tampoco tiene un final feliz para todos, si tenemos en cuenta que las posibilidades adquisitivas juegan aquí el rol protagónico.

El tema en definitiva es que, paradójicamente, otras provincias, vecinas nuestras incluso, sí desarrollan topes, “por lo cual es entendible una posición superior”, intenta justificar el entrenador de los juveniles Reinier Cartaya.

El pedalista Dayron Martínez confirma la problemática con interrogantes que no encuentran más respuesta que la espera de un nuevo evento nacional: “¿Cómo pruebo mi nivel? ¿De qué forma estudio a los contrarios? ¿Más allá de entrenar en la carretera y el gimnasio, qué hago?”

Ahora espera el llamado a la preselección nacional para continuar el desarrollo en la velocidad; de quedar a la espera, frustrarán su carrera en el área y tendrá que cifrar sus esperanzas en el ciclismo de ruta. En dado caso, empezará por cambiar las rutinas de entrenamiento, un proceso complejo, antagónico, porque su fortaleza es la potencia y las carreras de fondo solicitan resistencia.

Es una historia aleatoria entre tantas a las que les afecta la geografía. El Reinaldo Paseiro es el único velódromo de Cuba y está en La Habana.

Los matanceros, mayabequenses, artemiseños también gozan de la instalación; pero es un hándicap entonces vivir en el centro u oriente del país.

El premio Agustín Alcántara in Memoriam, principal torneo del que es sede Ciego de Ávila, con planificación para este mes de julio, es a día de hoy una incógnita, por desconocer si la Dirección Provincial de Deportes podrá asegurar toda la logística necesaria. Sin lugar a dudas, la realización sería, para el ciclismo avileño todo, análoga a ganar una meta volante.

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