Lucy Safonts es una mujer de pasiones y con una energía contagiosa. La vida le ha dado muchas vueltas y ella no se marea, baila
¡Ay! qué triste y / ¡Ay! qué sola / se queda la viuda. Lucy y yo nos reímos, empezando la entrevista, de la melodramática letra de Rocío Durcal que cantaba ella con aquella manguerita de gasolina imitando el micrófono.
—¿Qué edad tenías?
—Siete u ocho años. Y ya era viuda yo —se ríe otra vez.
Con aquella canción y algunas otras por el mismo estilo, Lucy le hacía insoportables las migrañas a su madre. Pero también, estoy segura, le sacaba sonrisas.
Todo esto me lo cuenta para probar que, en una comunidad rural como Vado del Yeso, de un municipio como Río Cauto, de una provincia como Granma, una niña de siete años ya sabía qué era lo que quería en la vida: ser cantante.
De esa niña queda una risa linda, y unos ojos que se van poniendo brillantes en la medida en que cuenta. Hablamos desde su oficina de directora en la Casa de Cultura Haydée Santamaría Cuadrado, en Morón, adonde la trajo la vida finalmente.
Minutos antes, tras el sencillo protocolo de visitar a una directora ocupada, le celebro: “Me hiciste caso, vienes linda para la foto”. Y me equivoco: “Todos los días vengo así a mi casa de cultura”.
Y hay algo entre la sinceridad de su respuesta y la sonrisa plena que revelan todo. Le hace feliz este trabajo, y qué lindo eso. Debe ser, me aventuro a pensar, porque fue gracias a una casa de cultura pequeña y pueblerina donde encontró ella también el hilo de su vida.
🌻⚡Sesiona en está tarde la previa puntualización por parte de los Directivos de la ciudad de Morón ,presididos por las...
Era a finales de los maravillosos 70, y aquella muchacha que estudiaba Riego y Drenaje (¡qué loco eso!) se fue a La Habana a competir en el Concurso de Interpretación Adolfo Guzmán. Dos años seguidos compitió representando a Granma.
Aquello debió ser una revolución en su vida. “Nos pasábamos a veces hasta seis meses hospedados en La Habana. Ensayábamos los temas con la orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión, nos hacían los arreglos musicales, nos preparaban el vestuario...”
Todavía recuerda los temas que le ganaron su puesto en el Guzmán. Soy rebelde, de Jeanette; Canción con todos, de Mercedes Sosa; Danza Ñáñiga, de Ernesto Lecuona.
“Uno de los dos años que estuve en el Guzmán, ahora no recuerdo cuál, el concurso coincidió con los carnavales de Bayamo. Y allá la gente de las calles del paseo de las carrozas sacó los televisores para el portal. Hasta que Lucy Safonts terminó de dar la última nota, no hubo paseos”.
—Ahora sería difícil lograr que un evento así movilizara a tanta gente y tanto sentido de pertenencia con sus territorios, me imagino. Eso dice mucho de aquella época.
—Era una época hermosa. Para todos, pero sobre todo para la juventud.
—Bueno, ¿ y qué puertas te abrió el Adolfo Guzmán?
—Todas —y deja salir otra sonrisa.
Con apenas 18 años, Lucy comenzó a actuar y aparecer en los programas de televisión de la época, y precisamente en una época en que la televisión era la principal ventana al mundo. Conoció a mucha gente, compartió plató con Luis Carbonell y hasta ahora no lo olvida, empezó una carrera de Agronomía y siguió, de alma y corazón, aficionada a la música.
Fue ya después de ser madre y trabajar como bibliotecaria en un central azucarero, todavía en Río Cauto, que logró hacer de la música una carrera.
Su primer trabajo como artista, “la primera vez que cobré un sueldo por eso” fue en el cabaret Bayam, de la capital provincial de Granma. Desde allí consiguió contratos con importantes cadenas turísticas, que la llevaron de gira por varios países. Y allí también se enamoró. Ese segundo matrimonio la trajo hasta Morón, a principios de los 90.
El resto de la historia se cuenta en fast forward. Más viajes, participación en eventos de la ciudad, como los Boleros de Oro y el Silencio Azul; una casa pequeña, pero hermosa, que ha logrado construir, traer finalmente a su hijo con ella, luego a sus padres y su hermano.
Aunque dos cosas merecen para ella una página exclusiva en el cuento.
La primera, su ángel de la guarda, que la escuchó admirado en un Boleros de Oro. Que le escribió una carta diciendo que su voz era “alhambresca”. Que le compuso canciones. Que la seguía a todas partes. Que, sin dudas, alguna vez escribió sobre ella líneas con las que estas mías no quieren emular: José Aurelio Paz.
Y a la segunda página nos trae también Jopa. Hace tres meses, cuando ella dudaba si debía aceptar la dirección de la Haydée Santamaría, tras un trabajo excelente como instructora de canto, fue José Aurelio quien le dio el empujoncito.
“Yo salí a la terraza de noche, miré al cielo y le pedí una señal. Que me dijera que yo podía. Y pasaron dos días. Era sábado. Recuerdo que me acosté a dormir por la tarde. Y de pronto, siento mi propia voz cantando una canción suya. Me levanté corriendo y encontré la letra. Es el único recuerdo que guardo de él en mi casa. Yo sé que no estaba dormida. Y sé que era él”.
Desde entonces es toda responsabilidad. Aprovecha su momento para hablarme, incluso, de las reparaciones en el inmueble (ya le dedicaremos unas líneas).
Han pasado tres meses, y la artista, la niña ilusionada, la concursante del prestigiosísimo y añorado Adolfo Guzmán, sigue enfrentando la vida con la seguridad con la que pisa un escenario. No se conforma con quedarse triste ni sola como la viuda de la Dúrcal.