Entre las últimas obras del poeta Eduardo Pino destaca el poemario Solo contra la noche, una colección de textos para leer en silencio y con las pupilas dilatadas
Solo contra la noche (Ediciones Ávila, 2020) me llega vía redes sociales un día agotador, de esos de reformas y limpieza general que dejan el bolsillo demacrado. Descargo y guardo en la galería del móvil, me siento a leer pegada a la ventana con el doble propósito de aliviarle la faena a mi hipermetropía y calmar con el fresquito débil del Este los sudores de agosto.
Me concentro, en contra de mis propios pronósticos. Los textos de Eduardo Pino (Morón, 1970) siempre han tenido, conmigo, una conexión. Luego me preguntaré si es necesario contar todo esto, y sí, las reseñas literarias no pueden pecar de mojigatas.
• Lea: Palabras de editor: Solo contra la noche
El poemario se escurre en apenas una hora, de corrido. No por breve, sino por coherente. Son 35 poemas libres reunidos bajo tres capítulos: Una señal que nadie advierte, Proximidad de la ausencia y Sobre aguas contaminadas. Cada tema, verso y título bien pudieran ser la elucubración de un cerebro que no logra apagarse después de apagar la luz. Hay días en que estás sola, tú, contra la noche.
Al comienzo de la película me dejé engañar
Tengo una vida sin protagonismo
Y una piedra en la mano.
No es porque cite la calle Independencia o porque le preocupe el consumo eléctrico que podemos imaginar al “yo” del libro como un ser casi real, casi normal y no parado sobre los pedestales de la poesía. Así reza la contratapa, palabras que tuvo a bien dejar para siempre el editor del volumen y también poeta, ya fallecido, José Rolando Rivero: “Textos confesionales —poesía de la experiencia— conforman este discurso que emplaza en su centro a la familia, la patria o el amor, a la escritura misma o a quien escribe (...)”.
Y esto no sorprende, si se ha leído no solo la lírica sino también la prosa de Eduardo Pino antes, vital y diáfana desde sus Peces de bajo fondo (Ediciones Ávila, 2007), hasta esta entrega, que acaba casi de ver la luz.
Hay mucho de confesional en este cuaderno. El poeta hace girones su propia existencia, exorcizando los demonios de la incomprensión, del ¿arrepentimiento? Algunos poemas parecen pesadillas o, cuando menos, sueños profundos en los que, aun así, no son menos legibles los subtextos: el poder, el control, la fuerza, los recuerdos, la indefensión. La soledad ambigua de alguien que quiere “no socializar” y mira afuera espantado:
En mi patria nadie es fotogénico
Pero en las fotografías todos sonríen.
La dócil postura de quien solo viene a mirar pasar los autos y que raya las paredes sin tener permiso de portarse mal. Otra vez, el control:
Acaso pueden
negarme el acceso
Pedirme el pasaporte
Mi serie de identidad.
El refugio que se construye un ser demasiado solo, enamorado, con una vida simple, una cocina en la que ahorra el agua, un padre nostálgico.
Abrir la página
Dibujar un autorretrato
Sentir unas ganas inmensas
De besarme.
Y con esto, añade un último tema: la valentía de quien acepta el reto de quedarse solo, no ya contra la noche, sino en la compañía de sus propios pensamientos, para llegar, al fin, a la luz:
Percibes la muerte
que te asedia
mientras continúas
con la belleza del mundo
abatida sobre tu espalda.