Otras vidas en su piel

 melisa Melisa se vuelve el personaje que interpreta y, a la vez, es ella. Lo comprobé mientras conversábamos, por la honestidad de cada palabra. Porque aspira, no ambiciona. Porque sabe, aunque no lo exprese, que ya tiene un puesto en la escena cubana, sin embargo, sueña con trabajar mucho, y los sueños se le escapan por los ojos.

Hablemos de ella, pero comencemos de atrás para adelante.

—Cuba te conoce ahora mismo por el personaje de Karla, en la telenovela Vuelve a mirar, en la cual, con 22 años, caracterizas a una adolescente de apenas 14 años. ¿Cómo te ves tú cuando te sientas frente al televisor?

—Es raro porque no me siento como un televidente pasivo, sino a juzgarme. Algunos me dicen “tienes que disfrutarte más porque es un gran logro”. Pero cuestionarme es lo que me hace crecer. No me puedo quedar satisfecha y ya. Aunque también lo disfruto. En cambio, le repito que se siente algo muy raro. Soy un poco vulnerable y solo mi familia y yo sabemos el trabajo que pasé para llegar a la capital y entrar al medio.

“En cada capítulo me replanteo cosas que creo pude haber hecho mejor; en qué hubiera podido ayudar más a Karla. No le voy a negar que me place, pues, al ser mi primer trabajo grande, ha tenido buena aceptación en el público y dentro del gremio”.

Criterio acerca de Vuelve a mirar.

—Cuando te juzgas qué le cuestionas a Karla.

—No ser más egoísta, incluso con su mamá, que hubiera sido la parte más fuerte, para enseñarle a los adolescentes que uno no debe juzgar una vida por un día. Creo que debí ser más dura, más agresiva, pero los personajes también tienen un poco de uno y, a pesar de que yo quiero que vean a Karla, no a Melisa, eso es insuficiente. Cuando empecé a leerme el personaje no le tenía cariño, me daba genio, no entendía muchas de sus actitudes.

“Ahí comencé a imaginarme si fuera ella. Entonces tenía otro problema. Tengo 22 años y, yo con 14, era más madura porque me enfrentaba a una carrera con muchas exigencias. Por eso pienso que si Karla hubiera sido un poco más dura el resultado fuera mejor, para que los muchachos de esa edad, y sus padres, reflexionen al respecto. Todavía falta mucho por verse de ella”.

—Sus conflictos son los de muchas adolescentes: la primera relación sexual, la exigencia masculina en relación con el sexo, las diferencias con los padres. ¿Qué ha sucedido al caminar por las calles de Ciego de Ávila? ¿Te han reconocido? ¿Te apoyan?

—Sí, me han reconocido y se siente algo muy extraño. A lo mejor lo que voy a decir suena raro porque soy actriz, en cambio soy un poquito introvertida, de hecho, las entrevistas me cuestan mucho. Me sucede que, de pronto, alguien me descubre y no sé cómo reaccionar, y eso me aterra. No quisiera que pensaran que soy creída, es solo mi introversión.

“Las personas por momentos te idealizan cuando te ven en el televisor, te miran distinto, y soy una más, una avileña que siente un orgullo muy grande de su lugar de origen. Si las personas supieran que me pongo más nerviosa que ellas cuando me piden una foto, estuvieran más tranquilas.

“En La Habana, en conversaciones con los medios, me han dicho ‘ya tú eres habanera’, y me da mucha pena, pero les contesto que solo vivo y trabajo allá, soy de Ciego de Ávila. Aquí fue mi formación”.

Una vez más los ojos se le llenan de palabras que su boca aún no dice. Y digo aún, porque aprovecho lo que interpreto en su expresión para regresar en el tiempo, a sus años de estudiante y a sus pasiones artísticas.

“Aquí crecí. Estoy agradecida de Polichinela, de Yosvani Abril. Hicieron un casting para una obra de títeres y, aunque mis compañeros me animaban, me moría de la pena. Recuerdo que fui y le dije a Yosvani que estaba interesada en hacer teatro, me citó para la Casa de Cultura con alguno de mis mayores. Mi mamá se asombró porque sabía de mi gusto por la danza. Le dedicaba horas y horas en la escuela, sin embargo, quise correr el riesgo.

“La primera vez me dijeron que era muy tímida, pero que siguiera yendo, que me sentara a ver y así comenzó algo mágico en mi vida. Aprendí con los ejercicios que ellos hacían y fui rompiendo mi timidez, y me ayudaron mucho. Por las exigencias de la danza tuve que dejar Polichinela. En noveno grado hicieron captaciones para la escuela Vicentina de la Torre, en Camagüey, decidí presentarme y desaprobé. Ya tenía mi pase de nivel para continuar en la danza en Santa Clara y, casi sin darme cuenta, mis amigos, por mayoría, eran de teatro. Yo los buscaba. Tanto que un día llegué a la casa y le dije a mi mamá que haría las pruebas de actuación. Todos colapsaron porque eso me exigía repetir un grado, mas les dije que enfrentaría ese otro riesgo. Aprobé los exámenes y en mayo de 2016 solicité mi baja de la escuela de danza.

“Cuando arribé a Camagüey fue un cambio total en mi vida. Ahí están mis mejores recuerdos, me educaron hasta el gusto musical y me enseñaron a actuar. Es complicado, por ejemplo, que estés muy feliz porque sea tu cumpleaños y que ese día te toque una escena muy dramática. Aprendí a conocerme, a luchar contra mis costumbres porque en la casa yo dormía con mi mamá y en una beca es distinto. No obstante, nunca estuve sola. Tuve profesores magníficos a quienes amo mucho.

“Luego vino La Habana, adonde llegué cuando me faltaban dos años de mi carrera. En mayo de 2017 hubo un encuentro en la Academia donde La Habana y Camagüey presentaron la misma obra de teatro: Leonela. Armando hacía el personaje negativo (Norbertico en Vuelve...), y yo el femenino. Él con el grupo habanero y yo con el camagüeyano.

“El resultado fue bueno, y comenzaron a embullarme con la idea de irme a la capital. Primero no quería, porque ahí lo tenía todo, amigos, profesores, la aspiración de a qué grupo de teatro quería pertenecer, y aquel paso me pondría en cero. Una amiga me dijo: ‘los cambios siempre dan miedo, pero traen cosas positivas si los asumes. Aquí eres cabeza, allá quizás seas cola o no estés incluida en alguna parte del ratón, eso tendrás que lucharlo tú’.

“Mi mejor amigo y yo teníamos entre los dos 120.00 pesos, sacamos pasajes de avión, nos aparecimos en casa de mi papá en La Habana, y le dije: ‘quiero estudiar aquí’. Por suerte jamás me ha faltado apoyo de mi familia. Tuvimos que presentarnos, otra vez, a una prueba de aptitud, y ambos aprobamos. Fue difícil porque todo era nuevo. Al primer mes pensaba que aquello me quedaba grande, en cambio mi papá me dijo ‘si no has luchado hasta el final no puedes creer que te queda grande’, y así lo hice.

“Tuve dos profesoras a quienes les debo mucho, Yailín Coppola y Cherill. Ellas hicieron de todo para que se me quitara la timidez y creciera en el tabloncillo. Seguí en la escuela, hice teatro psicológico con Yoel Casanova (Reinier en la novela); una obra llamada Casa de muñecas, de Henry Ibsen. En cuarto año, Skakespeare, con Teatro El Público, dirigido por Carlos Díaz. Fue cuando me propusieron la novela y Rompiendo el silencio.

“Lo de Vuelve... fue un golpe de suerte. Habían llamado a Armando para el casting, yo fui con él y el director me preguntó si quería hacer una novela. Fue como ver los cielos abiertos. Ahí conocí a Yuni Bolaños (su mamá en Vuelve…), ella me ayudó a comprender a Karla, porque somos polos opuestos, solo nos une que el personaje y yo amamos a nuestras madres hasta el delirio”.

—¿Te has encontrado, sin esperarlo, con tus compañeros de estudio, de la primaria o la secundaria? ¿Qué te dicen?

—Solo con algunos porque por la COVID-19 no he salido mucho, y mi sistema inmunológico no es el mejor, por tanto me cuido todo lo que puedo, pero me escribo con ellos y a veces me dicen: ‘Melisa, nosotros siempre supimos que no ibas a ser bailarina’, porque yo empecé a estudiar danza en la Escuela de Arte Ñola Sahíg Saínz, de quinto a noveno grados, y en las actividades era la que decía poemas, la que narraba algo, estaba en las obras de teatro que se hacían en la escuela, todo eso antes de pensar en la actuación.

—¿Y tus paradigmas? Porque uno siempre tiene ídolos.

melisa —Desde niña decía: Si yo fuera actriz quisiera ser como Laura de la Uz, aunque no sé cantar como ella. Eso sí, siento la necesidad de alimentar a la bailarina que nació conmigo, y que me hizo dar mis primeros pasos en el mundo del arte. De hecho, fue vital para estudiar actuación. Uno no hace una obra teatral o televisiva solo con la voz, se requiere la expresión corporal. Me he cuestionado, incluso, querer impartir clases de danza, y tener una compañía que combine ambas especialidades.

—Un buen desempeño aviva la atención de los demás directores. Y el tuyo lo es. ¿Te han hecho nuevas propuestas?

—Próximamente presentaré premios en Cuerda viva y en los Lucas; y trabajaré en otra novela, Los hijos de Pandora, en un rol protagónico, con un personaje llamado Irene, que es una estudiante de Física, ya con 21 años; y estaré en la segunda temporada de Promesas, serie dirigida por Magda González.

—¿Prefieres aprovechar tu personalidad para impregnarle positivismo a los personajes que interpretas?

—No quiero encasillarme. Quiero darle vida a todos los personajes que me habitan. Siento que tengo la piel y el cuerpo llenos de ellos. Es, tal vez, mi manera de darle a la vida y, sobre todo, a mi familia, todo lo bueno que me ha entregado. Ojalá un día pueda hacer algo en Ciego de Ávila. Aquí hay grandes actores, pero duele ver que no se aproveche el teatro para aportar más a la espiritualidad del avileño.

Karla y Melisa. Una, el personaje; la otra, un ser tan real como la sonrisa que no quita de sus labios mientras habla de su familia, del parecido con su tía Yudenia (locutora de Radio Surco), de quien dice haber heredado sus inquietudes artísticas y mucho de su carácter, aunque más controlado.

“Creo que soy la más sosegada de las mujeres de mi familia, y mira que somos muchas. De ellas, también, me llevo algo para mis personajes”.

• Lea aquí un intercambio de los actores de Vuelve a mirar con los colegas del rotativo Juventud Rebelde.