Día de la Cultura Cubana: latido de la nación

El 20 de octubre de 1868 el Himno de Bayamo convirtió en música el sentir de un país que se levantaba en armas en pos de su libertad. Ese latido llega hasta hoy

Debió ser en un encuentro informal o, tal vez, en una reunión de trabajo, cuando Armando Hart Dávalos hizo notar a Fidel —corría agosto de 1980— que una nación como la cubana, hecha a machete y tea, pero también desde la poesía, la danza y la música, necesitaba un día en el calendario para ofrendar a la Cultura los más grandes agasajos.

Hart había sido Ministro de Educación y entendía perfectamente que educar a un país y su gente pasa, además de la instrucción básica y la formación de habilidades sociales, por las cargas simbólicas que, construido el consenso, los pueblos ponen a sus fechas.

De tal manera, no hay Demajagua sin 10 de octubre, ni Revolución triunfante sin 26 de Julio o 1ro. de Enero. Señalar en el almanaque es una técnica infalible contra la desmemoria si no perdemos de vista ese amasijo de días y meses agrupados en pequeños cartones, que antes guardábamos en el bolso y ahora son código binario en un celular.

Por eso al asumir la cartera de Cultura en 1976, el mismo año en que se creó ese ministerio, el hombre que había dirigido nada menos que la Campaña de Alfabetización debió proponerse como meta personal dignificar eso a lo que él mismo llamó segunda naturaleza. “Ella es (la cultura), a la vez, claustro materno y creación de la humanidad. No hay hombre sin cultura y esta no existe sin el hombre, y este afán por descubrir lo lleva al extremo de intentar encontrar el sentido de su creación”.

Para ese entonces ya alguien le había dicho, con cierto tono de reproche, que él, Armando Hart Dávalos consideraba que todo era cultura. Una crítica a la que respondió con definitiva claridad: “la cultura está en todo y donde no se halla se encuentra la ignorancia, el camino de la barbarie y también la mediocridad carente de entusiasmo creativo. Recordaba Luz y Caballero que el entusiasmo nunca fue patrimonio de los mediocres”.

No hizo falta una labor de convencimiento. En la reunión del Consejo de Ministros del 22 de agosto de 1980 hubo unanimidad al establecer el Día de la Cultura Cubana como conmemoración cada 20 de octubre. El Decreto No. 74 de ese año puso en clave jurídica que la Revolución cubana reconocía “en el Himno Nacional de Cuba, nuestra Bayamesa, el símbolo en que se entrecruzan el sentimiento de amor a la patria y la decisión de combate, la expresión artística de ese acto cultural por excelencia en que el pueblo afirma y conquista su identidad plena, la guerra libertadora”.

Poco más de un siglo antes, en las calles del Bayamo insurgente, Perucho Figueredo le ponía música a la libertad, al antiesclavismo, a la independencia. Una música que bebía, es cierto, de la tradición francesa porque ¿qué revolución no lo había hecho?, pero que, orquestada por un mestizo (sangre española y africana cuajada sobre suelo cubano) dejaba adivinar entre notas el rechinar de los machetes, la explosión del fuego redentor, la cabalgata a degüello y, sobre todo, el latido de una nación.

La Cultura es el corazón de este país: a la vez que pone cadencia y marca el ritmo —como la rumba, como el punto cubano, el danzón—, oxigena, impulsa.