D’Morón Teatro: cuando el escenario es un país

Al Orlando Concepción del 2020, que ya tiene tres décadas de vida artística y varios premios, que “hace hablar a las piedras” según sus actores, no le quedan chiquitos los zapatos de aquel recién graduado veinteañero que fue, enternecido en el sueño de fundar un grupo de teatro. Será porque el sueño de entonces tiene la misma talla que la obra que se ha hecho realidad.

Y todo empezó aquel 28 de mayo del 1986 en la Casa de Cultura Haydeé Santamaría Cuadrado, con el rebuscado nombre de Perspectiva. Del primer elenco eran todos instructores de arte, como Orlando, que llegaba de la escuela “El yarey”, en Granma. De esa etapa, quedan los recuerdos de El día que murió de muerte natural mi amigo Gumercindo, Érase una vez un rey, Las guayabas del paraíso perdido y unas cuantas más.

Hoy, con otro nombre, una sede propia y 12 veces más plazas profesionales que las que les otorgaron en 1990, Orlando y el resto saben que el destino no se les fraguó en la sala donde empezaron a crear, sino en la calle. Aunque el público fiel añore su Chivo que rompe tambó, Cuba entera reconoce a Medea de barro, el caballo que se hicieron en Troya, una leyenda de barro y a la Dolores Santa Cruz de su Cecilia.

Por eso debe ser que se empezaron a pintar de barro en 1991 “inconformes con trabajar solo para los espectadores que cabían en una sala, con inquietudes por encontrar un lugar dentro del teatro cubano, y el descubrimiento de un público necesitado y sincero”, cuando ya habían recorrido en zancos toda la ciudad.

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Con los Andares gitanos, de Federico García Lorca, llegaron al festival Internacional de Teatro de La Habana; Cuenta zanqueando los llevó con estatura grandilocuente al primer Festival de Teatro Callejero de Matanzas, en el 2000, y otra vez en la sala, El gallo mandamás, que adaptó el entonces joven actor Omar Rodríguez de un cuento de Dora Alonso, cambió los títeres por manos, y fueron suficientes.

De la estatua de barro, a pesar de que ya La calle de Federico suma cuatro epopeyas en el currículum, la cumbre indiscutible es la primera gran puesta en escena, Medea, presentada 112 veces en la Isla. No es casual que los asombros llegaran a todas partes, y que hace nueve años el periódico Guerrillero dijera que “el suceso cultural de la semana” fue cuando “D´ Morón Teatro vistió de barro a Pinar” con su “profundidad en la escenificación, dominio de la obra, elocuente interpretación de los personajes y magnífico uso de las expresiones corporales”.

Pero, aunque el sello estaba impreso sobre su modus operandi, y lo más lógico hubiera sido sentarse a dejar que les cayeran los laureles del Premio Nacional de Diseño 2010, ellos iban todo el tiempo mochila al hombro. Para Miraflores, Los negros, Vicente, Guadalupe, Mabuya, La arrocera, Cuidad de la juventud, La clementina…

“Convivimos diez días en las casas de los vecinos de las comunidades —comenta a Invasor Noidys Pardo Castillo, actriz— y nos vamos haciendo parte de su vida por esas jornadas. Es increíble como en tan poco tiempo cambiamos la rutina y encontramos tanto talento oculto. Casi nunca nos quieren dejar ir.” Al lado de eso, el Premio Nacional de Proyectos Sustentables Sostenibles y Participativos CIERI 2010, y el de Cultura Comunitaria de la UNEAC se quedan sin brillo.

Los gobiernos locales eran los encargados de seleccionar las comunidades rurales a las que el proyecto Crecidos por la cultura iba a desdoblar a los teatristas en instructores de artes plásticas, danza, actuación y música, experiencia que también pusieron en práctica nueve de ellos en la República Bolivariana de Venezuela.

De allí llegó Yuleidis Zurita en 2012, y tras seis años alejada de la Compañía, volvió el 13 de mayo de 2019, fecha que parece importante, porque la recuerda con precisión. “Es que le faltaba eso a mi vida”, explica. No es la única que habla así. Nolberto Casay no dice lugar de trabajo, sino familia, y en su foto de perfil de Facebook es el rey Creonte, esposo de Medea.

Fue ese un año decisivo para otros, como Juan Germán Jones, quien salió de una escuela donde se inició en la actuación dramática, la dramaturgia y la dirección de teatro. Allí “inhaló el empuje” que lo ha llevado a cumplir sueños y metas.

También en 2012, pleno verano, se forjaron un cuartel. La prensa nacional dijo que se rescataba “una emblemática institución cultural”, cuando el añejo teatro Reguero se levantó de los escombros tras su fachada ecléctica. Orlando dice que la verdad es que se volvieron constructores y que la tarea fue titánica. Hoy es la única sala de la ciudad apta para acoger los grandes acontecimientos y las actividades comunitarias.

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Aunque pudiera parecerlo, esa pugna entre actuar frente a los focos del Reguero o bajo la llovizna que bautizó a Cecilia en su estreno, no es tal. No hay disyuntiva, corrige Orlando la pregunta. “La sala es para obras y peñas que visita el público asiduo a nuestra sede, y el teatro callejero nos dio un sello nacional e internacional.” No se le queda el trabajo comunitario en esa cuenta: “un compromiso social y una deuda con los más necesitados”. Al final los crecidos por la cultura son ellos.

A lo mejor por todo eso es que el talentoso director de Teatro Tuyo, de las Tunas, Ernesto Parra, califica de imprescindible a D´Morón Teatro “en las calles y plazas de los festivales más importantes de país”. También en confidencia con Invasor, Juan González Fiffe, director de Andante, se regocija desde Granma de escribir con los moroneros varias páginas en el teatro cubano. A vuelta de mensaje entrega una crítica certera. Habla de sus etapas experimentales, de búsqueda de una visualidad, de no rendirse a vender estampas folclóricas, de su lección de persistencia. “¡Qué capacidad para estar siempre vital en un mundo competitivo y desgarrador!”

Algo de todo eso le deben a gente buena como Albio Paz, impulsor del teatro callejero en Cuba desde su dirección del grupo El Mirón Cubano. Una página de EcuRed da fe de su prestigio, pero Orlando Concepción lo llama solo “nuestro talismán de la suerte”, entre mucha gente que les dio impulso, y que de seguro se olvidaría de citar. “Prefiero rendir homenaje a Albio, y que los demás me perdonen.”

“La ciudad se paraliza como si se congelaran los minutos”, describe la revista Bohemia una presentación, porque Medea sobrecoge, en Troya la gente cuenta los segundos sabiendo lo que va a pasar, Cecilia se les mete en la sangre, y Bernarda Alba aplaca el murmullo bajo su bastón. Porque al lado de ellos podemos ser griegos, criollos o gitanos. Personajes terciarios en un decorado gigante, en un país que no es público, sino escenario. Y damos la vuelta midiéndonos los pasos, porque la magia debe ser que las verdaderas estatuas vivientes somos nosotros, y no lo sabemos.

• Del trabajo del grupo en estos días