Trece años de trabajo con jóvenes avalan la experiencia de las Barcas de Cristal y su apuesta por la sensibilidad artística para abordar problemas sociales en Morón
Cortesía de Lina LeyvaLina y Yamila coinciden: en vez de hablar, hay que escuchar a los jóvenesYo no sé si Jorgito se acordará de las “profes” como ellas se acuerdan de él. Y si es así lo hará con lágrimas. Lo cierto es que ellas, Lina Leyva, escritora, y Yamila Ferrá, maestra y escritora ahora también, no pueden, aunque quieran, desembarazarse del paquete de recuerdos que significa arribar a trece años con un proyecto sostenido como Las Barcas de Cristal.
De Jorgito hablamos porque les pregunto qué hacían cuando, en medio de una peña, tras leer un cuento sobre el alcoholismo, la pobreza, la violencia o la discapacidad, algún adolescente reunía fuerzas para decir “eso pasa en mi casa”.
Y era duro cada vez. A Jorgito le nombraron “capitán” de las Barcas en su grupo, cuando aún trabajaban con los alumnos becados, como una manera de que se ganara un lugar dentro del grupo. “Imagínate —dice Yamila— que tenía padres con un diagnóstico de esquizofrenia, venía, por tanto, de un hogar muy pobre, tenía una discapacidad física como consecuencia de un accidente en la beca y soportaba mucho bullying por todas esas causas juntas. Para mí era muy duro ser su maestra y no poder ayudarlo. Primero porque no tenía recursos para eso, y segundo porque no quería darle un tratamiento especial y revictimizarlo”.
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El resto lo cuenta Lina. La manera en que el arte hizo al grupo más humano y sensible, el hecho de “no tener que decirle a ningún muchacho” que compartiera su almuerzo cuando llegaba el domingo y a Jorgito nadie lo iba a ver.
Las Barcas de Cristal son un proyecto comunitario surgido en 2009 en la sede avileña de la Fundación Nicolás Guillén. Fue Lina, la escritora, quien buscó a Yamila para que le ayudara a encontrar un público para sus nacientes cuentos. Yamila, la profesora, andaba buscando "algo" que la ayudara a trabajar con un grupo “difícil” con muchas complejidades raciales, de género...
Andaban buscándose mutuamente, y fue la sensibilidad de ambas la que ha sabido sortear las tempestades de la vida por seguir defendiendo un rumbo: el arte nos hace mejores personas.
Un día se vieron, lo hablaron, y 20 días después estaban en el patio de la Fundación, hogar de Lina, leyendo un cuento para los niños. “Nos tomó por sorpresa, porque cuando terminamos querían más”. Y así hubo que buscar más secciones poco a poco. Pintores que traían sus cuadros.
Vladimir, ya fallecido, con apoyo psicológico. Músicos, espacios para que los alumnos leyeran sus propios textos, juegos y hasta fiestas de disfraces. “Esta literatura, tan hermosa, los va a hermanar”, pensó Yamila. Y Lina lo prueba con que aquel primer grupo tiene ahora un grupo de WhatsApp que los conecta donde quiera que estén y los ayuda a reencontrarse fuera de Cuba.
Pronto los miedos a que la profunda carga emocional de los cuentos de Lina provocara el rechazo de los jóvenes se disipó, y se encontraron con la realidad opuesta: ellos se quebraban emocionalmente con temas que nunca habían contado en el aula.
Tienen otras muchas cosechas. Desde niños que nunca habían leído un libro y empezaron a escribir cuando los motivaron, premios científicos y felicitaciones de muchas personalidades, hasta una fiesta de quince, con vals incluido, preparada en silencio y por mucha buena gente para una niña a la que el alcoholismo le robó un padre y la ilusión de celebrar.
Ellas no se creen exclusivas, y han preparado una guía metodológica para extender el proyecto a la provincia, siempre que hayan docentes sensibles para hacerlo. De hecho, se echan culpas. Lina cree que sin Yamila, que es quien escucha y conoce a los niños, no sería posible. Yamila dice que discrepa. Que los cuentos de Lina son un lazo poderoso con los adolescentes.
Jorgito dirá, si le preguntan, que el trabajo comunitario y el arte son una herramienta para empoderar, incluso, a la gente sin esperanzas. Algo así quiso decirle a Lina, aquella tarde en que tocó a la puerta para decirle: gracias, profe, por todo. “Quiero que sepa que soy carpintero y que aquí estoy para lo que necesite”.