A veces los artistas a quienes nosotros admiramos se encuentran en cimas inalcanzables o, en algunos casos, existe un divorcio entre el artista y la persona que es. Figuran, muchas veces, como dos individuos: el de la escena y el de la vida real. En el caso de Ivette Cepeda, durante su estancia y conciertos este fin de semana en el Teatro Principal de Ciego de Ávila, nos mostró el calibre del ser humano que va más allá del gran talento al que estamos acostumbrados a disfrutar.
La melódica y cálida voz de la espirituana se entrelazaron para conspirar tres noches de disfrute, reflexión y, sobre todo, de amor. Y es por ello que cada presentación fungió como única, pensada para encontrase con el calor del público avileño que, según su opinión, “se ha convertido en su segunda casa”.
Es la tercera ocasión en que Cepeda visita Ciego de Ávila, luego de hacerlo por primera vez en 2016, durante las celebraciones del Festival de Música Fusión Piña Colada, y luego en 2018, durante el verano. En el marco de las presentaciones recientes, el Consejo Provincial de las Artes Escénicas de la provincia confirió por primera vez el Premio Coliseo a Amarilys Reyes Alejo, por la dirección artística de la gala por el Día de la Cultura, el 20 de octubre de 2018, y a la cantante y el Grupo Reflexión por el concierto ofrecido ese mismo año.
Anoche, durante el segundo concierto de la gran Ivette Cepeda en #CiegodeÁvila, el Consejo de las Artes Escénicas en la...
Posted by Periódico Invasor on Sunday, August 18, 2019
Y pareciera que la artista durante sus más de 20 años de carrera ha sido galardonada por la voz y tenacidad de la que hace gala, sin embargo, confiesa que es el primer reconocimiento que recibe. La felicidad se reflejó en sus ojos llorosos cuando expresó: “Ciego de Ávila se ha convertido en mi necesidad, en el lugar donde siempre pruebo las canciones. Este lugar me recuerda que mi vida tiene sentido cuando los aplausos son más que pura energía y se convierten en abrazos sinceros.”
Temas como Se va, se fue, Encuentros, Una ventana entre dos, Perdóname conciencia, Cosas del corazón, Préstame tu color, Tú eres la música que tengo que cantar o Alcé mi voz, de su repertorio habitual, estremecieron al auditorio que le acompañó durante cada concierto. Debo reconocer que aunque fueron tres noches y más de 60 canciones de la autoría de importantes compositores nacionales e internacionales como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez, Karel García, Fernando Aramís, Noel Nicola, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Marta Valdés y otros muchos, cada interpretación fue ejecutada a su manera, a las vibraciones escénicas que le caracterizan.
Más allá de conceptos y de marismas ajenos al pentagrama en Ivette, su música se viste de las vivencias más apegadas al corazón. La cotidianidad de la que canta posicionó al espectador en una suerte de clase para el alma. Confiesa que ha venido a cantar al amor y animar a parejas a que luchen por ese amor que es como “un eterno laberinto, matizado de pasión y encanto”.
El lenguaje escénico sigue siendo uno de sus tesoros más preciados para conectar con la gente que le sigue. Sus manos dibujan cada movimiento de esas escalas armónicas en los arreglos que ejecuta el grupo Reflexión. El desgarramiento e histrionismo forman parte de la entrega y no parece gesto ensayado; la naturalidad con que interpreta le hace dueña de una sonoridad que rememora a otras grandes de la historia del panorama musical de la Isla como La Lupe, Moraima Secada o Rita Montaner.
Cuando Ivette Cepeda te abre el corazón y cuenta su historia, no queda otra alternativa que admirar mucho más su...
Posted by Yuliet T V Parejo on Sunday, August 18, 2019
También la misma afinación vocal que domina con creces se hace eco en la afinación del espíritu. Quienes asistieron a las tres presentaciones pudieron advertir la agudeza con la que cada canción ligaba una historia, una experiencia personal. Y es precisamente una marca que se percibe en la artista. Desde su debut como profesional en un hotel cualquiera de La Habana, donde solo se sabía tres boleros y la gerente le exigió aprenderse 100 canciones distintas en un mes, o cuando sus amigos le recomendaron escribirle a Orlando Vistel, en aquel entonces presidente del Instituto de la Música, para que destrabara procesos burocráticos que no le permitían ofrecer conciertos; cada palabra con que hilvana una canción muestra el enorme ser humano que ha transitado desde lo poco a lo mucho, desde la incomprensión al elogio, desde el vacío de la soledad hasta las bienaventuranzas en que vive su fe en Dios.
•Lea aquí sobre la segunda noche del concierto Ciegos de Amor de Ivette Cepeda
Palabras de bendiciones no faltaron como bocadillo sazonado en cada concierto y, mucho más, en el del final. El último café, canción que le dio título a este, pudiera catalogarse como “rara”. La entrada al escenario suponía tristeza, la agonía con que se despide a un amor. Las ausencias pobladas en Ivette arrancaron de la gente los sentimientos que se mostraron a flor de piel durante las dos horas en el que “ese ritmo tan difícil de tocar o la belleza del arte más natural” rebotaban de corazón en corazón.
Se puede asegurar que los tres días de canciones parecían un guion que cronicaba la historia de su vida. Los nexos entre sus brazos extendidos al cielo y hacia el público nos muestran a una Ivette que canta y se desarma ante los vericuetos de la vida. Dice ella que es igual cantar los domingos en la iglesia de su comunidad que en cualquier teatro del territorio nacional o en los grandes escenarios del mundo; es el mismo efecto: “yo me entrego tal cual soy y lo hago sinceramente”. Si estas presentaciones en Ciego de Ávila no han sido unas de las mejores en su carrera, al menos, quedarán como las más disfrutadas y conmovedoras.
Las canciones, el público y la magia de Ivette Cepeda danzaron juntas durante los tres conciertos