Amanece más temprano el Primero de Mayo. A las 6:00 de la mañana —quizás antes— comienzan los preparativos. Pulóver rojo, azul o blanco, gorra, banderas, imágenes, símbolos…el ajiaco se va conformando de a poquitos y a las 7:00 de la mañana arranca la marcha.

A paso lento, pero arrollador, los cubanos desandan las avenidas de cada ciudad, municipio o pueblito, con la certeza de que se hace por Cuba, por Fidel, por la Revolución, para respaldar moralmente a la dirección histórica de la Revolución, así como a la nueva dirección del país, y por el compromiso de corresponder con un proyecto social que ha sabido reivindicar a los trabajadores.

Niños al hombro, consignas, risas, conga, una fiesta que comenzó meses atrás cuando los sindicatos comenzaron a engalanar sus centros de trabajos, termina hoy compartiéndose a cielo abierto.

No ha sido fácil el camino hasta aquí y tampoco lo será en adelante, sin embargo, se avanza. En Cuba no se desfila por triunfalismo, capricho o esnobismo, sino para recordar lo dichosos que somos, porque aquí se convierte en fiesta el espacio que en otros países se llena con protestas y denuncias.

No porque cada año se repitan estas imágenes su simbolismo se diluye en el tiempo, sino que se realzan y precipitan.

Lo que no falta un Primero de Mayo es la alegría de compartir esos instantes de consagración espiritual, la dicha de ser testigos de otro año de sacrificios y victorias, y la convicción de que la próxima fecha será igual de esperada y aplaudida.